Poco a poco, en el trascurso de su evolución, el hombre se manifestó como un animal con dotes especiales para ir adaptándose a los diferentes climas de la Tierra. Movido por un instinto que aún no llegamos a comprender, se expandió por este planeta, llegando tan lejos como las condiciones climáticas se lo permitían, por lo menos hasta donde podía obtener alimento. Dondequiera se instalara, su instinto lo capacitaba-tal como hacían ya las abejas o las marmotas-para construir viviendas que lo resguardaban del mal tiempo o para almacenar reservas para su nutrición-como lo hacía la ardilla- pero, a diferencia de estos animales,gracias a su inteligencia, logró este proceso de adaptación en todos los climas.
Por otra parte,las variaciones climáticas, que lo incitaban a emprender nuevos caminos en busca de mejores condiciones de vida, favorecieron sin duda su hibridación con otros grupos humanos, y por eso mismo contribuyeron en gran medida a acrecentar sus cualidades de polivalencia y adaptabilidad.
Debido a los progresos de la agricultura, que lo llevaron a establecerse definitivamente en determinados lugares de la Tierra, el hombre se hizo mucho más vulnerable a las fluctuaciones climáticas de larga duración. En cierto modo perdió la cualidad esencial de los animales, la movilidad. Su apego instintivo a sus cultivos, a sus poblados, a su organización social, le impidieron huir cuando el clima cambiaba para modificar así, aunque fuera durante algunos meses o años, sus condiciones de vida habituales. Sus progresos técnicos redujeron, de alguna manera, a una fracción importante de la humanidad a la inmovilidad pasiva de los vegetales. Peor aún, el mismo desarrollo de las fuerzas sociales, producto del incremento de la población, es una traba cada vez mayor para la huida frente a las catástrofes climáticas e incluso frente a una evolución más lenta pero que hace más difíciles las condiciones de vida. ¿Hacia dónde pueden emigrar las poblaciones del sur del Sahara amenazadas por la sequía? Las poblaciones que se encuentran al sur de allí se oponen a ser invadidas, aunque esa invasión sea pacífica.¿Adónde podrían ir, cuando todavía hay tiempo, los millones de chinos amenazados por la crecida del rio Amarillo? A su alrededor, los terrenos fértiles se hallan ya superpoblados.
La historia está llena de relatos que cuentan las hazañas heroicas de los pueblos que se oponían a las invasiones, aunque estas obedecieran a la acción combinada de una población creciente y de una fluctuación del clima. Al fin y al cabo, cuando los pueblos del Ródano buscaron protección y ayuda en Julio César fue para impedir que las poblaciones de las mesetas suizas, que escapaban de la sequía creciente y querían emigrar a la rica llanura del Garona, pudieran hacerlo. El pretexto de la invasión a las Galias fue pues un acontecimiento climático. Es casi seguro también que las reiteradas invasiones a Rusia primero, y a Europa central después, sólo se debieron, en su origen, a episodios de sequías que disminuían la fertilidad de sus estepas. La defensa victoriosa de la cristiandad frente a las invasiones de los bárbaros nos llenan aún de admiración.
En nuestros días, tendemos a confiar cada vez más en los progresos de la técnica para paliar las desgracias de origen climático. Los diques contra las inundaciones, la previsión meteorológica, las obras de irrigación, el cultivo de nuevas variaciones de plantas y el uso de abonos, como también de distintos productos químicos, para luchar contra las epidemias de parásitos agrícolas – que no son sino proliferaciones anormales debido a circunstancias climáticas que les son favorables-son poderosos medios de lucha contra las vicisitudes del clima.
Lamentablemente, el desarrollo extraordinario de la población humana torna cada vez mas trágicas las consecuencias de la demora en la aplicación de estas técnicas. Y nuestra organización social, por añadidura, está lejos aún de ser lo bastante perfeccionada como para que todos se beneficien con su progreso.
¿Cómo habrá de evolucionar esta situación? ¿Podemos esperar que mejore?
A priori, es muy difícil responder a estas preguntas, que mezclan climatología y política. Sin embargo, existe un nexo entre estos dos campos: la sociedad de los hombres se asemeja en algo a la atmósfera de la Tierra. Una y otra, y por una misma causa- la presencia de un desequilibrio-, tienen sus tornados mortales, sus ciclones.....
La “igualdad” de los hombre, ese viejo sueño, sería sin duda un recurso radical para evitar las catastrofes sociales, del mismo modo que la igualdad de las temperaturas en el globo evitaría las catástrofes climáticas. Pero, al parecer, tanto en uno como en otro caso, fuerzas poco conocidas aún logran crear constantes desequilibrios y desigualdades.
Es posible llevar muy lejos la comparación entre los fenómenos que caracterizan a estas dos entidades. Es posible también complacerse en la verificación de la similitud de las causas que los engendran, Pero una diferencia esencial se pone de manifiesto enseguida. En el caso de la atmósfera y de sus climas, los fenómenos y sus causas sólo dependen de la física. Esto ha de permitirnos avanzar mucho y muy rápidamente en su comprensión, nos ha permitido ya realizar grandes progresos.Los fenómenos sociales, por desgracia, no dependen de las leyes de la física, y los progresos de la sociología sufren sus consecuencias.
Mientras esperamos descubrir leyes cuantitativas en el campo social, similares a las leyes de la física en el campo climático, ¿podríamos, acaso, desarrollar el análisis de las analogías entre estos dos campos?
¿Quién puede saberlo? Quizá de este acercamiento surgirían algunas ideas nuevas, algunos argumentos que permitieran responder al interrogante antes planteado: ¿cómo reconciliar definitivamente, gracias a los progresos técnicos y a los cambios sociales, al hombre y al clima?
Saludos a todos