Salto del Usero: "Oasis a la deriva"

Oasis a la deriva

Es uno de los rincones más bellos de la Región y también uno de los más amenazados. Al Salto del Usero, en Bullas, se lo come la basura de la masificación.

Al llegar al desvío de la carretera que dirige al Salto del Usero, en Bullas, el cartel de la CAM que pide respeto por el río Mula y su entorno aparece ajado, desgastado por el sol y el calor. La madera que hace años indicaba la entrada al camino está vieja, casi blanca, y la pintura de las letras desapareció hace años, dejando un panel ilegible, un panel inservible. Un panel que podía representar una fina metáfora de la situación a la que llegó la caja de ahorros que lo patrocinaba hasta que pidió auxilio, socorro, que me lo como yo solita con patatas.
Solo unos metros más adelante salimos de nuestras elucubraciones y vamos entendiendo que la dejadez que se manifiesta en la señalización tiene mucho más que ver con el estado general de esta pequeña jauja, un oasis en el interior de la Región. «Un vergel...», como dice Irene, de Yecla, que acaba de descubrir este tesoro natural pese a ser murcianica de pro. Su marido, José Luis, ídem de lienzo. Bocas abiertas, brazos en jarras y satisfacción visual a tutiplén para toda la familia. Hasta que uno decide ponerse a bajar hasta el río por el pequeño sendero habilitado y va descubriendo que el descenso al infierno que Dante se marcó con Virgilio puede ser una minucia propia de florencianos de pacotilla. Aquí los nueve círculos se multiplican por todos los primos de cien que el cuerpo, el estómago y la indignación aguanten. Les cuento.
Logramos dar con este privilegiado rincón gracias a las indicaciones que nos dan en el bar Josefa -porque muchas señalizaciones, la verdad, no nos encontramos en el pueblo- donde nos ventilamos, además, una salchicha seca y unas Estrella de Levante. Allí también nos dicen que hay otra poza «que está mejor», pero vamos a tiro hecho. Quizá nos querrían informar, en realidad, de lo que nos vamos a encontrar en el Salto del Usero. Cuando llegamos allí, tres amigos de Bullas -uno de ellos 'adoptado' de Australia- toman la sombra y la cervecita bajo un árbol que ya ha visto de todo. Incluso accidentes mortales cuando alguno ha querido llenarse el cuerpo de adrenalina y ha calculado mal el salto a lo ángel de Acapulco. Ellos ni bajan ni saltan hoy. «Esto ya no es lo que era, está masificado. Lo han invadido ecuatorianos y bolivianos y lo dejan todo lleno de mierda», alerta Paco, sin pelos en la lengua. También hay quienes no son de Ecuador o Bolivia y disfrutan de las dádivas de este pequeño paraíso, nos consta, pero la 'advertencia' sobre la presencia masiva de extranjeros sudamericanos es generalizada desde que salimos de Murcia.
A nosotros nos da igual. La tierra es de todos. Eso sí, lo de la «mierda» había que estudiarlo. Lo que ocurre es que nunca hubiéramos imaginado que el vocablo hiciera tanta justicia a la suciedad con la que allí nos tropezamos. El encuentro en la tercera fase no se quedó en una simple botella vacía abandonada a su suerte por algún impresentable o en los restos del envoltorio de patatas caseras con sabor a jamón serrano. Las bolsas de basura repletas y escondidas entre la maleza, los tapones de plástico, los envases descoloridos de néctar de naranja -¡que hay que beber zumo!-, las bolas de aluminio, las miles de vetustas colillas o incluso el olor a urea del siglo pasado son auténticas bagatelas comparadas con el premio gordo que nos esperaba escondido -no demasiado, ciertamente- cerca de una roca. Una señora deposición -también se le puede llamar tordo o caca, según el gusto por la sinonimia- que hacía de temible cancerbera para todo aquel osado que pretendía acceder al cauce del río. Ese para el que la CAM pedía respeto un poquito más arriba. Por si el sobresalto no hubiera sido suficiente, al 'gordo' le salió una aproximación, porque poco después casi golpeamos al hermano del primer 'guardián': otra asquerosa cagada humana -disculpe si esto se vuelve demasiado escatológico- que estaba mucho más visible. Sin tapujos. Sin escondrijos de por medio. Su dueño, por tanto, debía ser todo un sinvergüenza. En el más estricto sentido de la palabra. Como lo de la mierda de la que hablaba Paco.
Superados los 9 círculos de este peculiar infierno dentro de un paraíso seriamente amenazado, y otros 9 más de regalo, llegamos a la zona de baño. Las risas despreocupadas y los chapoteos felices de los niños que juegan en la poza están a miles de kilómetros de nuestro asombro por tanta incuria municipal -por un lado- y por semejante irresponsabilidad ciudadana. Por llamarlo de una manera fina. Se me ocurren muchas maneras de educar al autor/autores de semejante cuadro, pero no me hagan especificarlas. Lo que les puedo decir es que había pocas papeleras, ningún baño público y una parte del río que pedía a gritos una intervención para poder seguir corriendo hacia su destino. Irene sigue con su frase: «Esto es un vergel... pero se lo van a cargar. Es una verdadera pena». Lo dice una yeclana y uno de Valladolid. Que alguien haga algo de inmediato, porque este oasis va a la deriva y está a punto de estrellarse. O de irse a la mierda, como usted lo prefiera.

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Hoy mismo he estado allí. Razón no les falta, por mala publicidad que sea.
He llegado a ver hasta botas viejas en el agua...

Yo fui el 6 de julio y la verdad que daba bastante pena aquello. Estaba a reventar de gente y bastantes desperdicios por allí. Una pena, ya que es un rincón bellísimo.