Reconozco públicamente que soy internacionalmente reconocido como asesino en serie de moscas. En los círculos especializados soy conocido como "Carlos" el mosquicida.
Mi prestigio en el genomosquicidio alcanza no solo mi casa, sino que a veces algunos vecinos me llaman para matarlas. En ocasiones lo he hecho con cucarachas, también. Incluso de crío metí una mosca en un cubito de hielo, un atentado equiparable al menos en concepto a lo que se ha hecho con la colección de National Geographic. En mi descargo, tengo que añadir que la mosca ya estaba muerta cuando la metí en el cubito. Soy cruel, soy insaciable, pero no soy capaz de meter a una mosca en un cubito de agua, y de ahí directamente al congelador, para que se ahogue y muera lentamente, ya que lo hará antes de congelarse. En mi trabajo soy frío, pero rápido y eficaz, mis víctimas no sufren.
Supongo que es irrelevante que el cubito de hielo en cuestión acabara en el café con hielo que se tomó mi tía.
En algunas ocasiones he recibido encargos. Muchos de los elegantes llaveros con escorpiones que se encuentran en los bares de carretera de España son obra mía. Como podréis ver conservan todas sus extremidades, pero repito, yo solo, como buen cazarrecompensas, entregaba mi mercancía muerta al cliente. Que el cliente los insertara en un cubo de plástico, que se atreviera a hacer algo así, era cosa suya. Mis límites éticos y morales no me permiten llegar a esos extremos.
Hay noches que no concilio el sueño pensando en la mosca en el cubito de hielo, lo reconozco. Dentro de mi fria alma exterminadora, existe un corazoncito.
Sin embargo matar, matar es lo único que se hacer. Matar moscas. Dejar viudos a los moscones, huérfanas a las larvas. No puedo evitar sentir en mi interior un monstruo que me pide espachurrar moscas, pisotear hormigas en fila hacia el hormiguero, y recogerlas para venderlas a restaurantes chinos y que cocinen platos de Hormigas al árbol.
Deberían encarcelarme, o algo, pero es que ese es mi único modo de vida.
Soy un alma torturada.