Los fuertes vientos siempre pueden levantar el mantillo del terreno y esparcerlo por amplias regiones pero, en ocasiones, se combinan determinadas condiciones que producen enormes paredes de polvo o arena que avanzan arrastrando toneladas de tierra y escombros.
Este tipo de sucesos suele ocurrir tras una larga sequía que haya dejado el terreno seco y polvoriento. Si en ésa situación un frente frío atraviesa la zona, el aire ascendente puede levantar el mantillo del terreno y formar un muro de polvo imparable. El frente irá empujando el muro de polvo, que irá alimentándose de tierra a medida que avance.
Generalmente se considera que la nube de polvo es una tormenta de polvo, si la visibilidad se ve reducida a menos de un kilómetro. Si disminuye a medio kilómetro o menos, se considera grave.
El polvo puede elevarse hasta los 3.000 metros, desplazarse miles de kilómetros y mantenerse en el aire durante varios días. Las tormentas de polvo generadas por frentes intensos en el sureste australiano han llegado a llevar polvo a través del Mar de Tasmania hasta Nueva Zelanda, produciendo "nieve roja", teñida de polvo, en los Alpes neozelandeses. Un fenómeno similar se produce en Norteamérica, cuando las tormentas de polvo de las llanuras producen nieve y lluvia de color arenoso en la costa del Atlántico.
A veces las tormentas de polvo van precedidas de tolvaneras que se han separado del frente principal, pero no suelen causar grandes daños. Las grandes tormentas de polvo con frecuencia dejan detrás de ellas una gran cantidad de polvo fino que se infiltra en todos los rincones de las casas y se abre camino incluso entre las páginas de los libros. Sin duda, el mayor perjuicio que causa éste fenómeno es el barrido de la capa superficial del suelo que suele ser el más fértil en tierras de labranza y otros terrenos.