Desde siempre, sobre todo en épocas estivales, los humanos de piel clara nos hemos apañado no saliendo mucho al sol en horas centrales del día, a cubierto en esas casas construidas con amplios muros de piedra que conservan la temperatura, bebiendo agua fresquita y a golpe de abanico. Recientemente se descubrió en Siria un asentamiento de 6.000 años de antigüedad, en el que se hallaron construcciones con doble pared. Ese aislamiento tenía aparentemente el fin de que el aire circulase mejor para rebajar la temperatura interior de las viviendas, en un lugar donde los 40 grados se superan siempre en el estío.
Sin embargo, desde que tenemos aire acondicionado por todas partes, y sobre todo desde que nos martillean con lo del CGA, cada vez soportamos menos el calor, ya no somos capaces de soportar ni siquiera los 30º sin quejarnos y maldecir, nos hemos convertido en unos “tiquismiquis”. Esto del calor es una histeria colectiva. ¿Pero qué pasaría con nuestra percepción del frío y el calor si solo tuviéramos al fuego como única fuente de producción de calor y no tuviéramos la habilidad de construirnos ropa de abrigo?
En España, un territorio con muchas zonas de temperaturas extremas, hace 25 años poco más de 620.000 viviendas disponían de algún sistema de refrigeración, es decir, ni siquiera seis de cada 100. Seis años después, más de 2,2 millones de hogares utilizados como primera residencia tenían aire acondicionado, un porcentaje del 15,52%; casi tres veces más. Llegará un día en que la mayoría de los hogares y edificios tendrá aire acondicionado. Salir a la calle con 35º nos parecerá una locura. Como nos parece hora una locura salir a la calle con unos simples bermudas y unas chanclas con una temperatura de 5ºC. Tal vez un día consigamos construir un tipo de ropa termo-reguladora que tenga un circuito de refrigeración interior que nos permita caminar por la calle a 42ºC y tan fresquitos.
En cualquier caso, el aire acondicionado no elimina el calor. Simplemente lo proyecta hacia otro sitio con el aumento de temperatura que, además, conlleva el proceso. Se estima que, en lugares como Manhattan, en Nueva York, el termómetro sube varios grados en verano sólo por su funcionamiento masivo. De esta forma contribuimos a calentar el planeta, aunque no sabemos, por mucho que digan, en qué medida lo hacemos, y si esto es bueno o es malo.
En Estados Unidos, la posibilidad de instalar aire acondicionado central se vio, a mediados de los 50, como la fórmula mágica de abaratar costes de construcción, pues se rebajaron los techos y eliminaron sistemas de persianas. Los apartamentos en serie se convirtieron en pequeñas cajas de zapatos que hubieran sido inhabitables sin aire. La influencia fue mucho mayor en los edificios de oficinas que en las viviendas. Cuando el suelo urbano se hizo escaso, los edificios antes diseñados para conseguir la máxima luz y ventilación llegaron a ser demasiado caros de edificar. Sobre todo si existía la posibilidad de construir grandes rascacielos iluminados con fluorescentes, sin ventilación natural y respirables gracias al aire acondicionado. En España, y gracias al boom actual de los aires acondicionados, las cajas de zapatos que son estos pisos actuales acabarán por construirse sin ventanas (con trampantojos por ventanas) ni ventilación natural... "hay que ahorrar costes".
Otro problema que conlleva el no querer adaptarnos al calor es que hemos pasado décadas sin atribuir al aire artificial los dolores de cabeza, de espalda, la sequedad de la piel, náuseas o el dolor de garganta. Son los síntomas del síndrome del edificio enfermo, por cuyos conductos de aire circulan toda clase de bacterias, virus y gases perjudiciales para la salud. La Organización Mundial de la Salud estima que afecta a entre un 30 y un 40% de los edificios modernos, y causa trastornos al 10-30% de sus ocupantes.
Total, que nos hemos vuelto unos “tiquimiquis” con el calor, porque hemos sabido adaptarnos mejor al frío, construyendo sistemas de termo-regulación (ropa de abrigo y calefacción en los hogares) mucho más eficientes contra el frío que contra el calor. Por eso no es de extrañar que a la mayoría les guste más el frío que el calor. Porque el ser humano consiguió adaptarse al frío construyéndose ropa de abrigo y calentando los hogares de diferentes formas, lo que le permitió salir de África y ocupar nuevos territorios más fríos, cosa que en pelota viva hubiera estado más complicado y seguramente todavía no habríamos salido de África. En la actualidad, y gracias al aire acondicionado, podemos ocupar territorios cálidos, eso sí, sin salir apenas de casa. Y si algún día conseguimos algún tipo de ropa, que en vez de procurar abrigo procure enfriarnos el cuerpo, podremos ocupar lugares tórridos y vivir en condiciones de mayor productividad en países cálidos o muy cálidos.