Yo creo que esto no tiene solución, pero ojo con traer especies predadoras.
Érase una vez, en la paradisíaca isla de Moorea, en la Polinesia Francesa, todo un ecosistema de decenas de especies diferentes y únicas de caracoles terrestres del género Partula. Los caracoles de Moorea constituían un maravilloso experimento natural de evolución en acción, un sueño para cualquier biólogo, el equivalente a los pinzones de Darwin en el mundo de los moluscos. Durante miles de años, los colonizadores iniciales se habían diversificado, originando decenas de especies diferentes de caracoles, prácticamente una distinta en cada uno de los valles de la isla, y continuaban divergiendo a buen ritmo, de modo que en unas pocas décadas de trabajo se podían estudiar fenómenos de especiación y otros ejemplos de dinámica de poblaciones, de valor incalculable para los teóricos de la evolución. Los Partula de Moorea continuaban su existencia tranquila, alimentándose de minúsculos hongos y dando satisfacciones a los biólogos... hasta 1967, año en que comenzó el desastre.
La matanza de Moorea
La historia de la extinción de todas las especies de Partula en Moorea y Tahití constituye una flagrante demostración del alcance de la estupidez humana; una acumulación de errores en serie, que se intentan solucionar con un error aún mayor. Todo comenzó con la introducción, para el consumo humano, de Achatina, un caracol gigante procedente de Africa. Los Achatina, fueron traídos a la isla, según se cuenta, por su excelente sabor y su velocidad de reproducción. De forma que en unos meses, a partir de una población inicial de unas pocas decenas de Achatina, se originaron millones de enormes ejemplares que proliferaban a sus anchas por toda la isla, e incluso los nativos debían expulsarlos de sus casas, literalmente a sacos. El problema no acababa ahí, ya que, a diferencia del frugal Partula, Achatina es un herbívoro insaciable, que destruye árboles, hierbas y cosechas, provocando pérdidas de miles de millones de francos en la maltrecha economía de la isla.
La segunda parte de la historia es mucho más escalofriante, y tiene por protagonista a un implacable asesino, el caracol carnívoro de Florida, Euglandina rosea. Un feroz depredador que gusta de perseguir a los demás caracoles de toda especie, para devorarlos sin piedad, y que no vacila tampoco a la hora de atacar a sus propios congéneres, incluso a su propia prole. Euglandina, el caracol lobo, fue introducido por el gobierno francés en 1977, con el fin de acabar con la plaga de Achatina. Sin embargo, algo que no previeron las autoridades fue que Euglandina decidió dejar de lado a los enormes y duros Achatina y comerse en su lugar a los nativos Partula, mucho más lentos, tiernos y apetitosos para un caracol carnívoro. El resultado no puede ser más patético. Hoy en día, los únicos ejemplares vivos de las decenas de especies de Partula que antaño adornaban los valles de la Polinesia Francesa son los que sobreviven en los zoos y las reservas creadas especialmente para ellos, en un intento desesperado por salvar su memoria. Achatina sigue comiéndose las cosechas y Euglandina continúa proliferando, amenazando todo el ecosistema de la isla.
Especies invasivas
La historia se repite una y otra vez. Una especie exótica, habituada a ecosistemas más duros y a la lucha diaria con sus depredadores naturales, es introducida, conscientemente o por accidente, en un ecosistema nuevo, en donde aprovecha las nuevas condiciones para proliferar sin control, destruyendo así en unos meses o unos pocos años todo el trabajo acumulado por la evolución a lo largo de miles o millones de años de aislamiento. El caso de Achatina y Euglandina puede parecernos patético, porque fueron introducidos conscientemente por el hombre. Sin embargo, seguramente tienen peores consecuencias los casos en que la especie es introducida de forma inadvertida o fortuita, aunque, casi siempre, el proceso de su introducción tiene que ver, de una forma u otra, con la actividad humana.
En las últimas décadas, la imparable aceleración en tantos aspectos de la actividad humana (aumento de la población, incremento de la movilidad, auge del comercio global) ha contribuido a multiplicar las posibilidades de introducción de especies invasivas procedentes de otros ecosistemas. Los ejemplos bien documentados se cuentan por centenares, de forma que las especies invasivas se han convertido en la segunda amenaza en importancia para la Biodiversidad, únicamente superada por la destrucción de los hábitats.
Depredadores indeseables
Uno de los ejemplos más patentes es el de la serpiente arborícola parda de Australia, Boiga irregularis. Se cree que fue introducida en Guam y otras islas del Pacífico durante la II Guerra Mundial. La falta de depredadores naturales y la abundancia de presas indefensas contribuyó a su proliferación. Para 1970, había acabado con casi todas las especies de aves endémicas de Guam, destruyendo para siempre una diversidad en otro tiempo exuberante. Incluso ha provocado varios grandes apagones eléctricos en las islas que ha invadido y, en ocasiones, ataca a los seres humanos. Escondida en las bodegas de los buques o en los compartimentos de equipaje de los aviones, ha llegado hasta lugares tan lejanos como Hawaii, California o incluso España.
Entre los peces también se encuentran auténticos devastadores de ecosistemas. El caso más flagrante es el de la perca del Nilo (Lates niloticus), que fue introducida en el Lago Victoria en 1954 con el fin de repoblar las sobreexplotadas pesquerías locales. Desde entonces, ha contribuido a la extinción de más de 200 especies de peces autóctonos, por depredación directa o compitiendo por el alimento. No contenta con esto, la perca produjo un efecto completamente inesperado: su carne es muy aceitosa, de modo que, una vez pescada, necesita pasar más tiempo al fuego para ahumarse o secarse. La industria pesquera tradicional del lago, acostumbrada a peces más pequeños y magros, necesitó talar un número mucho mayor de árboles de sus orillas para alimentar los fuegos. La subsiguiente erosión del suelo provocó un aumento de nutrientes en las orillas del lago, que permitió el rápido desarrollo de las algas y jacintos de agua, acabando con el oxígeno en las zonas más estancadas del lago, lo que contribuyó a la muerte de aún más peces y otros animales acuáticos. Los hábitos milenarios de los pescadores cambiaron radicalmente, y en la actualidad se dedican en exclusiva a la explotación de la perca. Las consecuencias de las múltiples ramificaciones de un ecosistema en desequilibrio son casi siempre imposibles de predecir.
Para causar un desastre ecológico, no es necesario ser tan grande como la perca del Nilo. La hormiga loca (Anoplolepis gracilipes) lo consigue con sólo 4 mm de longitud. Esta hormiga amarillenta originaria, posiblemente, de Africa Tropical, es llamada así por sus frenéticos movimientos. Ha invadido muchas zonas del Mundo, produciendo auténticas masacres especialmente en los ecosistemas insulares, como Hawaii, Seychelles, Zanzíbar o la Isla Christmas. En esta última localidad, acabaron en 18 meses con toda la población (estimada en 3 millones) de cangrejos terrestres rojos. Los cangrejos jugaban un importante papel en el ecosistema de la isla, al retirar los detritus vegetales e influir en la composición del bosque, y alimentarse de ciertas hojas y semillas. Las hormigas locas también devoran, o interfieren en la reproducción de numerosos artrópodos, reptiles, aves y mamíferos. Por ejemplo, se piensa que las hormigas podrían llevar en un futuro próximo a la extinción del alcatraz de Abbott (Sula abbotti) que anida exclusivamente en la Isla Christmas. Por si fuera poco, mantienen granjas de pulgones y cochinillas, que constituyen auténticas plagas para las cosechas y árboles de la selva. Sin duda, un auténtico ejército invasor, bien organizado para la destrucción.
Las plantas también invaden
No sólo los animales pueden destruir ecosistemas. Las plantas son en algunas ocasiones mucho más agresivas y destructivas para las especies autóctonas. En especial, las plantas acuáticas poseen un nutrido registro de desastres ecológicos. Los jacintos de agua (Eichhornia crassipes), por ejemplo, procedentes de Sudamérica, han invadido las aguas dulces de todo el Mundo, encontrándose ahora en más de 50 países de los cinco continentes. Es una de las plantas de más rápido crecimiento que existen, doblando su masa cada 12 días, por término medio. Es capaz de bloquear canales y vías de agua, impidiendo la navegación, la natación y la pesca. Forma densos tapetes verdes sobre la superficie del agua, que impiden a la luz solar y al oxígeno alcanzar las capas profundas, acabando así con toda la vida subacuática. Fue introducida inicialmente como planta ornamental en algunos estanques, dada su indiscutible belleza, pero su crecimiento se descontroló y ahora constituyen una auténtica plaga en muchos lugares del Mundo.
Las conocidas "algas asesinas" (Caulerpa taxifolia) son una de las mayores amenazas para el delicado ecosistema del Mediterráneo. Procedentes de las aguas tropicales al Sur de Japón, invadieron el Mediterráneo en 1984, posiblemente debido a un vertido procedente del acuario de Mónaco. Las Caulerpa son algas de rápido crecimiento, que se han adaptado a las aguas más frías del Mediterráneo, y pueden reproducirse rápidamente a partir de una pequeña porción de la planta arrastrada por la corriente. Producen densos tapices en los fondos marinos, acabando con los nutrientes necesarios para la existencia de todas las demás especies de algas autóctonas, que constituyen el hábitat natural de crecimiento para la mayoría de las especies animales del Mediterráneo. Es muy difícil luchar contra su expansión, ya que los fragmentos sueltos que se producen durante los intentos para arrancarla pueden contribuir a su diseminación, si no se hace con suficiente cuidado. En junio del 2000, se localizó una pequeña colonia de 10 metros de diámetro cerca de San Diego, que fue rápidamente erradicada por las autoridades californianas. La experiencia del Mediterráneo permitió una rápida actuación, que ha conseguido detener, por ahora, su expansión por la Costa Oeste americana.
Mejillones cebra: la máscara de la muerte rayada
Pero, sin duda, la especie invasiva que más nos preocupa en la actualidad en nuestro país es el mejillón cebra (Dreissena polymorpha). Originario del Mar Caspio y Mar Negro, esta minúscula pesadilla (los adultos miden menos de 4 cm) ha colonizado las aguas dulces de todo el Mundo, multiplicándose de forma incontrolada y acabando con la vida acuática allá por donde va pasando. Acostumbrado a la claridad de las aguas de donde procede, el mejillón cebra es un filtrador increíblemente eficaz. Se alimenta captando las minúsculas partículas de detritus que flotan en el agua, y lo hace sorprendentemente bien. De hecho, en algunas localidades de Holanda, se introdujo intencionadamente, con el fin de filtrar las aguas de los canales y hacerlas de esta forma más claras y limpias. En la mayoría de ecosistemas fluviales del Hemisferio Norte, sin embargo, se ha introducido de forma accidental, principalmente a través de las larvas transportadas en las aguas de los tanques de lastre de las embarcaciones comerciales y de recreo. Sólo recientemente se han tomado en algunas naciones medidas legales que obligan a esterilizar estas aguas procedentes de lugares remotos, antes de su vertido al medio natural.
El problema es que el mejillón cebra, además de eficaz a la hora de captar el alimento, es extremadamente prolífico. Una hembra libera 40.000 huevos en cada puesta, y puede producir más de un millón de descendientes en una única estación reproductora. En ausencia de depredadores, los millones de minúsculos mejillones se acumulan en el fondo, cubriéndolo literalmente todo: rocas, troncos, diques, basura hundida, e incluso la superficie de las algas y plantas acuáticas y otros animales. Se han llegado a describir colonias de hasta 700.000 ejemplares por metro cuadrado. Terminan rápidamente con todo el alimento y la mayor parte del oxígeno disponibles en el agua, eliminando toda la fauna del ecosistema y esterilizando aquella parte del río o lago en donde se encuentran. Se estima que la tercera parte del lago Erie en los Estados Unidos ha sido diezmada por estos monstruos.
En España, la plaga afecta, por ahora, a la mayor parte del tramo final del Río Ebro, desde su Delta hasta el embalse de Ribarroja, invadiendo también las cuencas de los ríos Cinca y Matarraña. Además de la masacre que produce sobre la flora y la fauna autóctonas, el mejillón cebra supone, así mismo, un peligro para las centrales eléctricas, tuberías de desecho de plantas industriales y otras estructuras artificiales. Se acumula en los diques y conducciones, impidiendo el paso del agua. Este problema es más fácil de controlar en estructuras aisladas, ya que se puede aplicar un tratamiento con lejía que los elimina, pero, aún así, supone cuantiosas pérdidas económicas y problemas operativos. Además, obviamente, la lejía no es una solución que se pueda aplicar para eliminar la plaga en todo el ecosistema.
Es difícil acabar con los mejillones cebra una vez que se establecen. Recientes investigaciones han demostrado que una toxina producida por la bacteria Pseudomonas fluorescens es capaz de matarlos, in vitro. Sin embargo, se desconoce completamente como afectaría a las demás especies del ecosistema una hipotética liberación de esta toxina. Su uso indiscriminado podría incluso producir cepas de mejillón resistentes a la misma, y podría llegar a ser peor el remedio que la enfermedad, como sucedió en el caso de los caracoles de Moorea.
Es necesario ser muy prudente al aplicar cualquier supuesta solución para un problema ecológico, ya que nuestra incomprensión del comportamiento caótico de los ecosistemas hace que siempre exista el riesgo de producir otro problema aún mayor que el que ya hemos provocado. La única forma eficaz de acabar con las especies invasivas es poniendo el máximo cuidado a la hora de controlar e impedir su diseminación.