Por encanto, Vladivostok. A mí, solo por ver la dársena helada a los pies del Pacífico, la topografía de la ciudad, ese urbanismo mixto entre el siglo XIX y el brutalismo soviético, probar el salmón fresco, pillar un avión a Petropavlovsk a visitar los volcanes de Kamchatka... me pasaría un par de meses allí.
Ahora bien, para vivir, ninguna de las dos. No se valora el sol, la luminosidad y el calor seco de un día invernal hasta que no se tiene.