En Madrid los procesos radiativos en invierno son harto frecuentes dado el alto número de días despejados y la irrelevante velocidad del viento. Pero aun así, por la noche esa irradiación lo que hace es obsequiarnos con una helada y no con niebla; muy al contrario, la sierra se divisa perfectamente (polución aparte). Ello es porque la zona sobre la que se ubica Madrid no es una llanura aluvial surcada por anchos ríos que aporten vapor al ambiente, así como que el terreno arenoso evacúa el agua hacia el subsuelo y hacia el Tajo (casi toda mi provincia está en leve rampa hacia el sur), dificultando que los suelos se saturen.
Para que se forme niebla (a no ser que haya llovido bastante) nos tiene que llegar aire húmedo y templado del Atlántico o del Mediterráneo, que se va enfriando al entrar en contacto con la fría Meseta y, por tanto, viendo aumentar su HR. Así que, para cuando llega la noche, la irradiación hace el resto bajando los pocos grados que hacen falta para llegar a la saturación.
Por eso aquí las nieblas van asociadas a temperaturas suaves y, por consiguiente, las cencelladas aquí son casi un milagro (para mi desgracia).