Y también...
http://www.nodo50.org/ecologistas.cadiz/spip/article.php3?id_article=336EL 1 de noviembre de 1755 una gigantesca ola se abatió sobre el litoral atlántico andaluz, afectando a numerosas localidades y, muy especialmente, a la ciudad de Cádiz. No era un caso aislado. La localización de Andalucía, en un borde activo de contacto entre las placas tectónicas euroasiática y africana, ha provocado frecuentes terremotos y maremotos. En 1884 un violento terremoto destruyó numerosas poblaciones de Málaga y Granada. Los recientes terremotos de Alhucemas nos han recordado que estamos en una zona de riesgo sísmico. Hay que resaltar que el sureste de la península Ibérica es la zona con mayor riesgo de terremotos de todo el país, y el Golfo de Cádiz, de maremotos.
En el informe redactado por la Real Academia de la Historia en el año siguiente al que aconteció el fenómeno se realiza un pormenorizado análisis de las consecuencias del maremoto de 1755, conocido como maremoto de Lisboa por haber provocado la destrucción de parte de esta ciudad. Este maremoto provocó olas de hasta 30 metros de altura y se ha calculado que su magnitud debió ser de 8,5/9, semejante al que ha asolado el Índico. En Andalucía las olas afectaron a todo el litoral atlántico, desde Ayamonte a Tarifa. En la provincia de Huelva, debido a la escasez de poblaciones que entonces existían en el litoral, los efectos fueron menores, si bien las grandes olas, o tsunamis, destruyeron parte de Ayamonte. En Lepe, el agua se adentró más de dos kilómetros tierra adentro. En la costa gaditana todas las poblaciones padecieron los devastadores efectos del tsunami, con olas de gran tamaño que en la ciudad de Cádiz alcanzaron los dieciocho metros de altura. La violencia de las olas destruyó parte de las murallas de la zona oeste; el agua alcanzó tres metros de altura en el barrio de la Viña y atravesó la ciudad de Poniente a Levante, llegando al puerto, donde destruyó almacenes y mercancías. También batió el camino de comunicación con San Fernando, dejándolo parcialmente cortado, devolviendo así a Cádiz a su estado de isla que ya tuvo al comienzo de los tiempos históricos. Otras poblaciones muy afectadas fueron Sanlúcar, donde se inundó la ciudad baja; Chipiona, con graves destrozos al Santuario de Nuestra Señora de Regla y en los corrales de pesca; El Puerto, inundándose la zona baja de la ciudad y destruyendo numerosas embarcaciones... y Conil, donde las olas se llevaron las barcas y redes de las almadrabas. Los cambios en la topografía costera tuvieron que ser importantes, con modificaciones en los estuarios, playas, fondos marinos.
El número de víctimas no fue excesivamente elevado dada la magnitud del maremoto. Se calcula que pudieron morir unas 2.000 personas, la mitad de ellas en Ayamonte, donde las olas arrasaron un poblado de pescadores. Las causas de este escaso número de víctimas son variadas. En primer lugar, era día festivo, y a esa hora, a media mañana, muchas personas estaban en las iglesias. En muchas poblaciones se alertó a la población tras el terremoto, y los vecinos se alejaron de la costa. Los que murieron fueron en su mayoría marineros y personas que circulaban por caminos costeros. En Cádiz fue decisiva la actuación del gobernador que, ante el pánico provocado por el terremoto, prohibió salir de la ciudad por tierra y mar, lo que evitó miles de víctimas. Sólo murieron 40 personas.
Se tiene constancia de numerosos maremotos en el Golfo de Cádiz en época histórica, y hay que tener en cuenta que unos siglos no significan nada en los procesos geológicos. El último maremoto tuvo lugar en 1969, aunque sus efectos casi no se notaron en nuestras costas. Los epicentros de estos maremotos se sitúan frente al Cabo San Vicente, y son debidos al desplazamiento de las fallas existentes en la zona de contacto entre la placa de Eurasia y África que se extiende desde las Azores a Gibraltar. El que dominen los dislocamientos tectónicos de componente vertical aumenta la magnitud de los tsunamis.
La carencia de recuerdos inmediatos en la memoria colectiva de catástrofes sísmicas en una zona tectónicamente activa, como el litoral andaluz, no es un argumento para desestimar medidas de prevención. Si se repitiera un maremoto semejante al de 1755, los tsunamis tardarían 30 minutos en llegar a las costas de Huelva y una hora a las de Cádiz. Las consecuencias serían catastróficas. En estas costas proliferan las urbanizaciones turísticas, puertos deportivos, instalaciones industriales, autovías... ¿Qué pasaría en el polo químico de Huelva? ¿Y en el puente Carranza? ¿Y si el tsumani se produjera en verano, con las playas abarrotadas? Nada hay previsto. Miles de edificios se han construido en las últimas décadas en la costa andaluza sin normas antisísmicas. La inexistencia de planes de prevención, incluyendo la educación de la población para saber cómo actuar ante estas catástrofes, tampoco augura nada bueno. Es decir, nuestro nivel de preparación para afrontar catástrofes de estas características es parecido al de nuestros vecinos marroquíes, o el que existe en los países del Índico; o sea, prácticamente ninguno.
Hay que prevenir para no lamentar. Es urgente la elaboración de un plan de prevención de terremotos y maremotos que incluya normas de ordenación del territorio, de construcción de edificios e infraestructuras, de protección civil, y una eficaz red de alerta y aviso que detecte los tsunamis antes de que lleguen a nuestras costas. La cuestión no es si volverá a ocurrir, sino cuándo y si estaremos preparados para evitar la catástrofe.
Por Juan Clavero Salvador, biólogo y geógraf