Este fin de semana me he marchado a la Sierra, a practicar uno de mis deportes favoritos: la equitación.
El sábado por la mañana fue fenomenal. Por primera vez en mucho tiempo disfrutaba en soledad de la compañía de un hermoso caballo, del sol y del monte. Mi espíritu se encontraba en calma y estaba henchida de felicidad, por primera vez en mucho tiempo. El paseo fue magnífico y excepto una ocasión en la que mi caballo se asustó y me tiró al suelo (sin daño ninguno por mi parte ni por la suya), todo ha estado fenomenal.
Después de comer, a la salida del restaurante, hemos observado una humareda muy fuerte a unos kilómetros de allí. Uno de los amigos que me acompañaba es Guardia Civil y le han llamado para que se personara urgentemente, puesto que estaba sucediendo un terrible incendio en el monte de la demarcación de Uceda.
No es la primera vez que ocurre un incendio allí. Desde primeros de mayo se están sucediendo casi todos los fines de semana, de forma muy sospechosa. Se cree que son intencionados y que detrás de ellos hay intereses económicos, urbanísticos e inmobiliarios.
Yo, intrépida reportera y curiosa por naturaleza, no he querido desaprovechar esta ocasión. Así que, ni corta ni perezosa, me subí al Patrol de la Guardia Civil, que conducía mi amigo y me fui con ellos. Nunca había vivido una conducción tan temeraria como aquella. Por carreteras por las que apenas pasaba un coche, íbamos a dos ruedas adelantando tractores y coches de bomberos. Cuando llegamos a uno de los focos, no pude creer lo que veían mis ojos. Cientos de hectáreas de monte bajo, absolutamente calcinadas. Había mucho despliegue de Protección Civil y bomberos, así como de Guardia Civil y ambulancias, puesto que el fuego había llegado hasta una urbanización cercana y había quemado algunas casas que tuvieron que ser desalojadas. Gracias a la pronta intervención de todos los servicios, los vecinos no corrieron riesgo alguno.
Me acerqué a una de las zonas de monte bajo que acababa de ser apagada por los bomberos y todavía quedaban pequeños rescoldos. No había visto nada parecido: el suelo estaba calcinado y cubierto por un manto negro muerte, salía humo grisáceo que impregnaba el aire de cenizas y de un olor que todavía conservo en mi pituitaria; y a mi alrededor, la nada.... el vacío y la negrura.. se me han caído las lágrimas. De repente, una bocanada fortísima de aire, me echó encima todo el humo y cenizas. Era el viento de una tormenta que se avecinaba. Cayeron unas gotas muy gruesas, que me hacían daño en la piel cuando chocaban conmigo y, aunque el viento no fue bueno para el fuego, puesto que lo extendió un poco más monte arriba, la lluvia que cayó sí fue beneficiosa. La tormenta apareció con un fuerte aparato eléctrico. Yo me movía en un coche que me prestó un amigo mío, monte arriba y abajo, ¡Alucinante! Los rayos seguían mi mismo camino y caían a escasos 50 o 100 mts de distancia de mi coche. Uno de ellos, provocó otro pequeño incendio que los bomberos pronto sofocaron.
Esa ha sido mi experiencia. Lo triste es que estos incendios, la mayoría son provocados por personas que tienen sucios intereses económicos: o bien por convertir ciertos suelos en urbanizables para construir residenciales de verano o, bien, los mismos agricultores que al ver que no van a conseguir el mínimo de cosecha, queman su propia linde para poder cobrar el dinero del seguro, sin pensar el la repercusión que tiene eso para el resto, puesto que no solo arde su propiedad, sino el resto del monte.