Más peces y menos «Prozac»
MADRID. En esta era de la ansiedad, el Prozac se ha convertido en un acompañante habitual de nuestra vida, sobre todo en Estados Unidos donde empezó a comercializarse en 1988. Pero el Prozac ha saltado de nuestros botiquines a otros escenarios, el de las aguas de ríos y arroyos. Y es que no todo lo que fluye a través del agua del inodoro es filtrado después en una planta de tratamiento y depuración. De acuerdo a un nuevo estudio realizado en Texas (Estados Unidos), los peces están absorbiendo fármacos antidepresivos de las aguas residuales que se vierten a los cursos fluviales. La sensación general de bienestar que provocan estos fármacos en los humanos no son el mejor resultado para los peces, pues estas sustancias químicas pueden alterar la actividad cerebral en los peces. Muy al contrario, estos hallazgos ponen de relieve la triste posibilidad de que algunos químicos pueden alterar el comportamiento de organismos acuáticos y hacer estragos en los ecosistemas.
El pasado año el informe geológico de los Estados Unidos publicaba datos que revelaban que el 80 por ciento de los 139 arroyos que se analizaron en 30 estados contenían restos de hormonas, esteroides y otros fármacos. Para averiguar si los peces en la cuenca del río Trinidad, al norte de Dallas, están afectados por los comúnmente recetados antidepresivos Prozac y Zoloft, el ecólogo Bryan Brooks de la Universidad Baylor en Waco (Texas), y sus colegas analizaron muestras de tres peces comunes en esas aguas, cuyos resultados presentaron la semana pasada en la reunión de la Sociedad de Toxicología y Química Ambiental.
Altas concentraciones
Al igual que en otros, en más de 300 arroyos de la región sur y central del país, las aguas de esa cuenca están compuestas en gran parte de aguas residuales, legalmente reguladas y que son descargadas desde una planta de recuperación. En el cerebro y el hígado de los peces, los investigadores encontraron concentraciones de 30 partes por billón de los ingredientes activos y sus subproductos de estos fármacos. No obstante, los residuos en el músculo del pez, que podrían ingerir los humanos, se encontraban en niveles bastante más bajos.
De vuelta en el laboratorio, Brooks y su grupo expusieron a los peces a distintos niveles de fluoxetine, el principio activo del Prozac. Posteriormente, análisis del tejido cerebral revelaron que los peces expuestos a concentraciones de fluoxetine similares a las que puede haber en el medio ambiente tenían marcadamente alterados los niveles de dopamina y norepinefrina. «Lo que esto significa para el comportamiento y supervivencia de los peces no lo sabemos aún -dice Brooks- pero estos neurotransmisores están implicados en todo, desde el apetito a la reproducción».
Estos cambios en la química del cerebro después de cortas exposiciones en el laboratorio implican probablemente que exposiciones más largas en el medio natural también tienen impactos, explica Marsha Black, experta en toxicología acuática de la Universidad de Georgia. Asimismo, la presencia de varios antidepresivos en ambientes acuáticos puede multiplicar sus efectos, asegura. Estudios realizados por Black han revelado retrasos en la maduración sexual y pérdidas de equilibrio al nadar en los peces mosquito expuestos a niveles moderados de fluoxetine.
Y es que la inseparable conexión entre todo lo que hacemos y el entorno se ilustra con esta creciente comprensión de que los fármacos son, cada vez más, contaminantes ambientales.