Esto lo encontré hace unos días en internet y no me resisto a ponerlo.
Aquí lo dejo para que lo podais leer.
Golpe de calor africano
AGAPITO GÓMEZ VILLA/ HOY 08 de Agosto de 2005
Prepárense, que viene una ola de calor africano, oigo que anuncian en la radio. Antaño, las olas de calor también eran de procedencia africana, faltaría más, ¡no iba a ser calor siberiano! Pero como África es tan grande, siempre especificaban que se trataba de aire calentito procedente de la zona del Sahara, mayormente; lo cual nos traía recuerdos no tan lejanos de cuando un buen pedazo del Sahara fuese español. Se conoce que, como las nuevas generaciones ya no tienen barruntos de aquello (yo creo que ni siquiera saben que existe el Sahara), acaban de emprenderla con el calor africano. Acabamos de estrenar, ya lo verán, la era del calor africano.
Sea como fuere, lo cierto y verdad es que con tanta alarma mediática, no hay corrillo en donde no se hable del tiempo, del tiempo caluroso, claro. Pero como la gente tiene memoria, nunca falta alguien que recuerda veranos de intensísimo calor, aunque por entonces no se hablase de calor africano. Y salen a relucir, asimismo, los golpes de calor: ¿vosotros recordáis que alguien tuviese un golpe de calor en la siega, en la saca, en la trilla, o corriendo un tejado, o cavando una zanja, un suponer?, pregunta alguno. Silencio absoluto.
Mi madre, como todas las madres, se empeñaba en que durante la hora de la siesta no saliéramos de casa, pero en cuanto se descuidaba un momento, ya estábamos en la calle, tirachinas en mano, en cata de gorriatos que, más que piar, daban las boqueadas. Ni un solo golpe de calor entre la muchachada. El golpe de calor lo tenían los gorriatos. Pero a todo hay quien gane. Mi amigo Juan Macías, a la sazón profesor de medicina en frías tierras salmanticenses, me recuerda que, cuando de muchacho viviera en la provincia de Badajoz, tierra muy fresquita en verano, como se sabe, dedicaban la hora de la siesta a correr tras los pollos de codornices. Ni un solo golpe de calor. Mi compadre, un Félix Rodríguez de la Fuente equivocado de profesión, a la hora de la siesta iba a pasar revista a los polluelos de un nido de águilas calzadas. Ni un golpe de calor. Ítem más: mi amigo Félix Pérez, que peina nobles y sabias canas, me cuenta que a la hora de la siesta, él y su amigo Germán se escapaban de casa, camino de los riberos del Almonte, a rendir la visita diaria a los nidos de tórtolas. Ni un golpe de calor.
¿Que los golpes de calor no son ninguna tontería? Ya lo sé, pero ¿por qué antaño no se daban? Y el calor africano tampoco, pero parece como más propio llamarle calor sahariano. Como cuando un cacho del Sahara era español.
Particularmente, estoy totalmente de acuerdo con este artículo.
Un saludo