Ya manifesté al principio que me parece muy loable el intento por salir adelante de la gente de Almería, trayendo algo de prosperidad a unas tierras infames (desde el punto de vista agrícola, ojo, que si hablamos de botánica, cualquier Limonium o Sideritis de esos secarrales tiene más valor que todas las hayas del Pirineo). Pero coincido con Vaqueret en que la agricultura intensiva se está convirtiendo en un problema difícil de detener en tierras del interior levantino, y creedme cuando os digo que sé de lo que hablo.
En mi municipio, desde hace 10-12 años están proliferando cultivos de brócoli donde antes había viña, esquilmando nuestros acuíferos (algún día os contaré de dónde sale el agua que llena las piscinas de la costa blanca alicantina, pero eso es harina de otro costal), agotando nuestras mejores tierras y trayendo beneficio económico igual a 0, pues la mano de obra, contratada de aquella manera y con aquellos salarios, casi siempre magrebí, viene diariamente del campo de Cartagena a faenar en tierras del Altiplano.
La agricultura intensiva es como un cáncer. Cuando ya ha agotado las cálidas tierras litorales y prelitorales, va ascendiendo hacia el interior cual metástasis, vampirizando el terreno. ¿Que en lugar de 3 cosechas anuales solo sacan una y con mucha menor producción? Da igual, ya se encargó el modelo agrario europeo en minar la rentabilidad del secano tradicional (trigo, cebada, centeno, vid, olivo, almendra) para que los quemados agricultores de la zona saquen unos exiguos alquileres a todopoderosas empresas hortícolas de fiscalidad dudosa y buenas relaciones con las castas regionales.
Hasta no hace mucho, aquí en esta época del año olía a flor de almendro, ahora huele a lodos de depuradora de todo el cinturón urbano de Valencia capital.