Nadie es culpable, todos somos responsables. Los adinerados construyen negocios porque los no adinerados quieren vivir de las superficiales emociones que esos negocios generan. Yo particularmente desmontaría todas, absolutamente todas, las estaciones de esquí y dejaría la montaña virgen, que es como estaba antes de que la invadiera el ego colectivo humano. Es una pena en verano, u otoño, subir a la montaña y ver todo ese amasijo de fea parafernalia sintética para poder esquiar algunos un rato. O en invierno y ver toda la suciedad que dejan o ver cómo los humanos se enfundan en feísimos trajes sintéticos para poder esquiar, o ver toda esa fila de coches y autobuses y olor a bocatachori en donde antes había un precioso bosque o simplemente una hermosa caída nevada como perfil de la alta montaña. No sabemos los humanos lo egoístas que somos ante la naturaleza y cómo vamos siempre a exprimir a nivel exterior, a nivel sensación, para tapar el vacío que sentimos, los recursos que ofrece la naturaleza. Lo mismo pasa con esas hordas de terrestres enfundados en neopreno que te aparecen de repente bajando por una cascada o por unos rápidos, molestando a toda la fauna o al tranquilo paseante que quiere sentir la emoción profunda, sin adrenalina, del mundo que tiene a su alrededor. Es patético ver un helicóptero gastando gasolina para llevar sacos de nieve de un lado en la que no nos sirve para otro en la que sí nos sirve para tapar ese vacío en el alma que sólo quiere rellenarse de sensaciones externas. No somos conscientes del daño que hacemos y que nos hacemos. Pero también es verdad que qué podemos esperar de una población que se tira como un saco de patatas en el sofá a ver Telecinco, una televisión horriblemente estúpida y por tanto estupidizante. Qué podemos esperar del ocaso de una civilización que intenta a duras penas despertar de la idiotez más absoluta. Debería de estar prohibido construir espantosas pistas de esquí, pero no por una polémica ley, sino por una conciencia interior que respeta y valora la vida en todos sus aspectos. Estoy de acuerdo contigo, Ribera-Met, "porque el ciudadano cede su poder a otros para que les dirijan sus vidas. Ellos destrozan porque el ciudadano les cede y no al revés." Pero, o defendemos al poder, votándole, o les culpamos para escondernos de nuestra ausencia de responsabilidad colectiva. No somos conscientes aún del daño que estamos haciendo al medio ambiente porque nos encanta el plástico. Lo mismo ocurre con esas lanchas veraniegas que molestan con su ruido agresivo a todos los habitantes del mar y a algunos de tierra para que un niño de papá disfrute de unas sensaciones que tapan la falta de cariño real que el dinero y la cultura del dinero no pueden ofrecer. Lo mismo ocurre con esas hordas de ciclistas enfundados en neopreno que van de dos en tres por el arcén y el carril de los coches que todo lo invaden pedaleando con agresividad sin sentir el pino que les pasa a toda velocidad de delante a atrás, o el mar de fondo que se expresa con todas las manos abiertas a su derecha. ¿Qué ha sido de la profunda creatividad que emana de la paz y la completitud? ¿Qué tipo de despertador necesitamos para volver a sentir la vida sin tener que recurrir a la artificialidad? ¿Dónde quedó el gozo de la simpilidad? Todo esto no significa no avanzar en ciencia y en técnica, significa complementar lo material con lo vivo, con lo natural. O empezamos a mirarnos adentro sin miedo, o matrix nos devorará. Nos hemos acostumbrado a las pistas de esquí, pero, sinceramente, son una calamidad. Que no se abran más y que se desmantelen las que hay.