Chuzosdepunta, agradecer la existencia de tu página. Es excelente. Me consta que la consultamos muchos. Yo a diario.
Ok, Rafa. No urge. aún les deben quedar días de heladas continuas aunque hoy la mínima sólo ha sido de - 3'7.
Colaboro semanalmente con un periódico provincial de Castellón, Levante (unos pocos lo sabéis). Como me permiten escribir de lo que quiero, pues no me cotizan un maravedí, en el artículo de esta semana y a propósito de este topic hablo de Ojmjakon (coño si cuesta escribirlo). Os lo adjunto por si alguien gusta y gracias a todos por la inspiración porque el artículo, es, es parte, vuestro. A la mayoría de nosotros el artículo aporta bien poco a lo que ya sabemos pero al público ignorante de estos temas le va a sorprender hasta el punto de la incredulidad.
Qué sabe nadie...
Primavera en Ojmjakon
Sucedió el 2 de mayo. Pongamos que hablo de Ojmjakon y no de la histórica sublevación de Madrid. Ese día, en ese pueblo sin neveras situado en el extremo nororiental de Siberia, se superaron los cero grados de máxima (insisto con lo de máxima) por primera vez desde el 8 de octubre del año pasado, día en el que comenzó a helar inmisericordemente, sin tregua, con saña de tundra sin resorts con todo incluido, hasta el apuntado y revolucionario día. 207 días de permanencia del hielo en las amígdalas de los 2300 pobladores que resisten en Ojmjakon, el polo del frío habitado que registró, en 1926, la temperatura más baja medida nunca en el hemisferio norte con –71’2º. El registro no fue una excentricidad puntual de aquellos tiempos, a los que aluden los viejos y los telediarios para dogmatizar sobre aquello de que antes hacía más frío, porque el paraje suele franquear de largo, casi cada invierno, la estalactita de los – 60 º, algo sólo al alcance, en la Tierra, en los desolados páramos antárticos.
Sin embargo, lector, no vayas a creer que esta indulgencia termométrica ha venido a asentar la primavera, tal y como la concebimos en nuestros patrones meteorológicos templados, en Ojmjakon (cuesta escribirlo sin tartajear) porque las mínimas de esta primera quincena de mayo siguen cayendo hasta los –20º todavía y la nieve no se funde hasta entrado junio para volver a tapizar el suelo en septiembre, a finales si el verano viene cachondo y concesivo. Sí, vive gente allí. No es una fábula. Y tampoco están tan al norte en latitud, tan sólo tres grados más septentrionales que Helsinki o San Petersburgo, por debajo del Círculo Polar Ártico, como Reykavik.
No es habitual, pese a todo, que se sobrepasen los cero grados tan evolucionada la primavera, ya que el día estadístico en que esta efeméride ocurre, desde 1943, es el 16 de abril. El retraso cronológico de este año iguala el registro anterior, datado en 1946, donde también el 2 de mayo se sobrepasó la temperatura de congelación del agua. Claro que estas tontunas estadísticas de lugares sin dioses sólo interesan a cuatro desarreglados meteorolocos, como mi amigo Pablito, del que ya os conté sus desajustes en una entrega anterior. Y como la anécdota no contribuye al abono de la teoría del calentamiento global, pues se silencia y se habla de la perdida de masa de los glaciares alpinos que, por cierto, en Suiza y en sus partes altas o circos están volviendo a ganar espesor gracias al invierno más nivoso de los últimos 50 años y dos veranos húmedos, temperados y acumuladores. Quede reflejado como profecía, pero dentro de unos años, no demasiados, una década a lo sumo, el calentamiento global se habrá convertido en el mayor timo mediático de todos los tiempos a escala planetaria y sus actuales difusores y los palmeros que lo secundan, mediáticos o populacheros, encontraran una excusa, una mala interpretación o un silencio para justificarse, al estilo de algunos de los políticos actuales de relumbrón que un día lejano se alistaron en la Falange para cuando el azulón pasó de moda cruzar el rubicón de la democracia y renegar del pasado. Queda pendiente en mi tejado argumentar la bravuconada negacionista con toda una suerte de indicios fríos que han venido apareciendo recientemente en los mentideros ajenos al IPCC. Otro día, cuando el calor apriete, para refrescar, mentes y pieles.
Pero eso es mercurio de otro termómetro. Yo he venido a esta página a escribir de Ojmjakon y sus rigores. El lugar no es sino uno de los cientos de esfínteres del mundo donde la vida sabe a aborto, a malformación, a apoplejía. Unas breves pinceladas sobre su modo de vida deberían bastar para aborrecer a Ronaldinho y sus memeces como paradigma de una sociedad curtida en gimnasios y centros comerciales.
A partir de los -52 º se da día libre en el colegio (en Moscú a -25º). Las casas tienen triple cristal y una de las habitaciones, sin calefacción, hace las veces de nevera. Por debajo de -45º la gasolina se hiela por lo que en invierno los escasos coches, siempre doblemente acristalados, no apagan el motor. A partir de los -64º cuenta un lugareño que se puede escuchar como cruje al aliento, como se perciben los propios huesos como si estuvieran congelados y los escupitajos alcanzan el suelo en estado sólido. No hay otra indumentaria que las pieles para resistir la intemperie unos minutos. Los ríos, congelados, se convierten en las únicas vías de comunicación. En el corto verano, de junio a agosto, el panorama sin ser tan desalentador no convierte a Ojmjakon en un Benidorm cualquiera. No es frecuente pero no es extraño que se sobrepasen los 30º algún día. Y aunque el suelo es fértil y la vegetación aprovecha para estallar, también eclosionan millones de millones de larvas de mosquitos como pterodáctilos y un fango intransitable de maldición bíblica, retenido por el suelo permanentemente helado del permafrost que no le permite profundizar como agua tierra adentro, lo recubre todo y hace de la única carretera de acceso, construida cuando a Stalin le dio por montar gulags para extraer el oro de la región, una trampa de lodo sólo apta para las gentes de allá. La carretera de los huesos la llaman porque los forzados sobrevivían una media de tres meses. Turismo el justo, o sea ninguno. Hospitales, los justos también, o sea uno, o medio, para toda la región y sin equipamiento, vodka para anestesiar y camastros para los ancianos terminales de cáncer que no quieren en otros sitios. El sustento económico lo proporciona la caza de martas cibelinas y liebres, la cría de caballos y una pequeña industria de leche que cierra cada octubre, cuando las ubres de las vacas se secan de frío y las recubren con pieles para que no se les agrieten.
Como rezaba el Piyayo, “a chufla lo toma la gente, y a mi de da pena y me causa un respeto imponente”. Esos determinismos climático-geográficos no debieran estar premiados por el olvido sistemático de tipos blandengues como nosotros que apellidan a los cero grados como ola de frío y a cinco centímetros de nieve como temporal. Te imaginas, lector, el despliegue de Canal Neu si se helara el Ebro en Tortosa.