A la espera del Armagedón
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• La Tierra recibe cada 500 años el impacto de un asteroide capaz de arrasar varios kilómetros a la redonda
• La Spaceguard Foundation trabaja en su localización
Guardián del espacio Andrea Carusi, ayer, junto a un meteorito del Museu de la Ciència de Barcelona.
Bastaría que un pedrusco de un kilómetro de diámetro se precipitara sobre la Tierra para ocasionar un cataclismo de efecto planetario, pero ninguno de los más de 2.000 asteroides de esas dimensiones que se conocen, la mayoría situados entre las órbitas de Marte y Júpiter, nos apuntan directamente. Sus órbitas no rozan la Tierra. "Pero eso no significa que no los podamos descubrir en un futuro. Es necesario estudiar los riesgos para, llegado el caso, saber cómo actuar", explica Andrea Carusi, presidente de la Spaceguard Foundation, una organización internacional dedicada al estudio de los objetos espaciales que amenazan la Tierra.
El astrofísico italiano, que es además el director de la sección de Objetos Cercanos a la Tierra en la Unión Astronómica Internacional (IAU), pronunciará hoy una conferencia en la sede provisional del Museu de la Ciència de Barcelona.
Cada año caen sobre la Tierra unas 200 toneladas de polvo cósmico, generalmente restos de cometas y asteroides de pequeño tamaño que se desintegraron al penetrar en la atmósfera. Para que resistan el rozamiento y acaben convertidos en meteoritos de una cierta dimensión, es necesario que el objeto original sea de tamaño muy superior. Y eso no sucede siempre.
Adiós a Tokio o Nueva YorkAunque la probabilidad de una destrucción apocalíptica es escasa, de una vez cada muchos millones de años --prosigue Carusi--, no es descartable una colisión de impacto regional que afecte a un radio de, por ejemplo, unas decenas de kilómetros. Si el impacto aconteciera en Nueva York o Tokio, sería una catástrofe con millones de muertos,"aunque eso sí sería mala suerte, pues gran parte de la Tierra está despoblada".
Si realmente hay tal riesgo, ¿por qué no se conocen grandes impactos en fechas recientes, en tiempo de civilizaciones? "Sí los ha habido --explica--. El siglo pasado, por ejemplo, hubo al menos dos de gran tamaño, el de Tunguska (Siberia) en 1908 y otro en la Amazonia en 1930, pero en ambos casos se trató de zonas despobladas. No dejaron cráter porque estallaron justo antes de impactar, pero arrasaron todo lo que encontraron en decenas de kilómetros a la redonda". Carusi insiste en que grandes meteoritos pueden haber caído al mar sin dejar rastro o haber pasado inadvertidos por la historia oficial. La frecuencia de un asteroide de este tipo --al de Tunguska se le ha calculado una fuerza de 12 kilotones-- es de una vez cada 300 o 500 años.
El presidente de la Spaceguard Foundation considera prioritario explorar el universo más cercano en busca de objetos de ese tamaño. Posiblemente se necesiten unos 25 años para conocer todos los asteroides, quizá 50.000, de al menos 200 metros cuadrados, o los 300.000 de más de 50 metros cuadrados.
Pero, con los medios disponibles actualmente, ¿se podría hacer algo para evitar lo inevitable? Carusi opina que sí. "En primer lugar, si algún gran asteroide se dirigiera realmente a la Tierra, lo detectaríamos con suficiente antelación, con muchos años, y tendríamos tiempo para planificar. No es creíble el descubrimiento fortuito, apenas unas semanas antes del impacto, que nos brindó el cine con Armageddon o Deep Impact". A continuación, sería necesario enviar una sonda para desviar la trayectoria amenazante, aunque el método empleado está por definir. "Destrozarlo parece difícil y, además, podría multiplicar los peligros". La Agencia Europea del Espacio (ESA) baraja seis propuestas, entre ellas dos naves hermanadas diseñadas por la empresa española Deimos. Sus nombres, espectaculares, son Hidalgo y Sancho.
Salu2,
Pedro.