Al hilo de ésta y de otras muchas noticias que últimamente abundan en los distintos medios de comunicación, permitidme que os pegue un pequeño artículo que acabo de terminar. En él expongo cómo veo yo lo que día a día leo y escucho acerca del cambio climático en la prensa:
Cambio climático hasta en la sopa
En los últimos años y de forma creciente –casi exponencial podríamos afirmar– hemos venido asistiendo a una progresiva aparición en los medios de comunicación de noticias, la mayoría catastrofistas, relacionadas con el cambio climático, que se han visto magnificadas, aún más, a raíz del estreno mundial de la película-documental “Una verdad incómoda”, protagonizada por el ex vicepresidente estadounidense Al Gore, así como por la publicación del “Informe Stern”.
Cada vez hay más gente que se sube al carro del cambio climático, en función de sus intereses particulares o partidistas, bajo el pretexto de la concienciación colectiva del “problema” que se nos viene encima. La ligereza con la que suele abordarse tan importante cuestión científica, a través del establecimiento de supuestas conexiones del cambio climático con casi todo lo que pasa en el mundo (tsunamis incluidos), no contribuye precisamente a divulgar de forma objetiva y rigurosa lo que está ocurriendo en realidad, algo que de momento escapa a la limitada capacidad de percepción de cada individuo, por más que cada uno de nosotros se empeñe en creer y autoconvencerse de lo contrario.
Partiendo de la base de que la fase cálida actual, cada vez más acentuada, no se puede entender sin considerar la influencia, cada vez mayor, de las emisiones antrópicas a la atmósfera de gases de efecto invernadero, tal y como ponen de manifiesto un amplio grupo de científicos, lo cierto es que, inducidos por esa bola de nieve mediática a la que antes hacíamos referencia, caemos permanentemente en la tentación de relacionar cualquier episodio meteorológico que llama nuestra atención con el cambio climático, lo cuál constituye un error; una interpretación errónea, cada vez más habitual, de los caprichos del tiempo atmosférico.
Lo primero que deberíamos plantearnos es si nosotros mismos, a través de nuestros sentidos, somos capaces detectar un cambio climático como el que se nos anuncia. La historia de la Tierra está plagada de cambios climáticos, ocurridos en periodos de tiempo mucho mayores que la vida de una persona, razón por la cuál si, por ejemplo, la Tierra comenzara a entrar en una nueva glaciación -algo que antes o después ocurrirá-, dicha transición del calor al frío, camuflada por fluctuaciones climáticas de distinto signo, pasaría desapercibida por los casi 6.700 millones de seres humanos que actualmente poblamos la Tierra.
Partiendo del hecho de que el calentamiento detectado en los últimos años es global y no local: es decir, para el conjunto del planeta en promedio, la caprichosa meteorología puede perfectamente traernos a la Península Ibérica una serie de años frescos y lluviosos, que inmediatamente quitarían hierro al asunto y desconcertarían aún más al ciudadano medio, que lo único que espera para los años venideros es más calor y terribles sequías. Si hay algo constante en el clima es su inconstancia, razón por la cuál la variabilidad natural que percibimos no es nada que deba sorprendernos a priori, si bien son muchos los indicadores que apuntan a que el clima actual cabalga en un único sentido.
Otoños cálidos como el de 2006 se han vivido con anterioridad en España, por extraño que nos parezca el comportamiento del clima a lo largo de dicha estación; razón por la cuál resulta cuanto menos atrevido identificar dicha anomalía térmica con una prueba más del calentamiento global. Sólo un tratamiento estadístico adecuado del conjunto de “cosas raras” que últimamente se detectan por todo el planeta, puede arrojar algo de luz en tan difícil y trascendente asunto. En ello trabajan miles de científicos en todo el mundo.