Con todas sus limitaciones (si la red de estaciones en montaña fuera más densa se habrían destacado más las anomalías positivas en esas zonas), el mapa de la AEMET resume muy bien cuál fue la extensión y magnitud en superficie de la ola de calor.
A 850 hPa una masa de aire extraordinariamente cálida invadió y se asentó sobre la mayoría de la península con una persistencia jamás vista anteriormente. Si su reflejo en superficie no fue tan extremo en algunas zonas, fue gracias a que los mares estaban todavía frescos, por lo que las brisas actuaron con notable eficacia (el gradiente térmico mar-tierra fue muy elevado)
En el mapa se puede apreciar el alcance de las brisas cantábricas, desbordando la divisoria (se intuye algo el pasillo del NE en el norte de Castilla), las zonas del valle del Ebro en las que Cierzo y Bochorno consiguieron penetrar, el efecto del Levante en toda la costa mediterránea (entrando por su habitual pasillo murciano-albaceteño) y las brisas de poniente del Atlántico, salvando a casi toda Portugal, Galicia, Extremadura, Huelva y Sevilla del calor más extremo.
Eso sí, en la España más continental, aquella a la que nunca alcanzan las brisas (incluyendo todas las montañas, menos las sierras litorales) se dio un periodo de calor extremo y continuado absolutamente excepcional. Más excepcional por la persistencia de la situación que por los extremos alcanzados (aunque también cayeron récords de temperaturas máximas y mínimas). Con el tiempo y el análisis sosegado (y desprejuiciado) de los datos se irá poniendo de manifiesto la magnitud de esta ola de calor, cuyos efectos en las personas son difíciles de imaginar para los que no la han padecido...