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CAPÍTULO II “Grandes” ciudades de Mauritania
Nuadibú es la capital económica de Mauritania. Está sentada en el lado bueno de una península que comparten Mauritania y Sahara Occidental. Tiene una gran flota pesquera, el único puerto importante de la zona y recibe abundante mena de hierro de la gran mina que hay en Zouerat, en el interior, que se exporta íntegramente.
El mineral de hierro llega al puerto de Nuadibú en “el tren más largo del mundo”. Se trata de un convoy de 2,5 kilómetros de vagones. Cuando lo vimos daba la sensación de que nunca terminaba de pasar. Hay entre tantos vagones de carga un vagón para pasajeros y te puedes apear en Choum o en Zouerat, ambas en el interior del desierto. Valoramos seriamente la posibilidad de tomarlo hasta Choum, pero hubiera implicado doce horas de comer polvo y acabamos optando por otro camino.
El paisaje mauritano es sensiblemente diferente al saharaui. Empiezan a aparecer más rebaños de camellos (dromedarios en realidad, pues tienen sólo una joroba) y más arena, que forma dunas cada vez más altas. Parece que existe más nomadismo en Mauritania: se ven jaimas (la espaciosa y cómoda tienda de campaña tradicional), hay cierto movimiento humano, los camellos abundan. Probablemente la guerra del Sahara Occidental ha llevado a acabar con el nomadismo en esa zona por el miedo del ejército marroquí a que los nómadas pudieran ser un apoyo al Frente Polisario. En cambio no parece que haya sido reprimido en Mauritania, y ha ido manteniéndose y parece que casi toda la población que no vive en las únicas cinco o seis ciudades es nómada o semi-nómada.
Sabíamos que Mauritania es un país pobre (el índice de Desarrollo Humano es de 0,486, o sea, bajo, similar a Senegal, Haití, Djibouti y otros). Pero la pobreza aparente de la presunta capital económica del país nos impactó. Nuadibú (aproximadamente 100.000 habitantes) sólo tiene una calle pavimentada y es una sucesión de chabolas de bloque de hormigón entre las que las cabras husmean las toneladas de basura que están esparcidas por todas partes.
Habitualmente a priori los occidentales tenemos miedo en estos sitios, ya que en seguida nos recuerdan a los peores barrios marginales de las ciudades grandes, en los que generalmente hay mucha violencia y delincuencia (recuerdan a lo que sale en las noticias de las Barranquillas, el Salobral o la Mina). Por eso cuando llegamos a estos sitios tenemos la sensación de que nos van a robar o a pegar. Pero no es así. No son ni marginales ni delincuentes, y nos cuesta un rato darnos cuenta. Sencillamente son pobres. Uno de nuestros compañeros de viaje en furgoneta se despidió y bajó: vivía en una de esas chabolas.
FOTO. Una calle típica de NuadibúCuando uno recorre estos sitios sin más planificación que el antojo, uno acaba en manos de las gentes más variadas. Y a menudo uno acaba en buenas manos, interesadas pero buenas, y la estancia es agradable. De una forma u otra acabamos en manos de un sujeto (al que llamamos con el no muy ingenioso nombre de “el Gordo”) que no facilitó nuestra estancia en Nuadibú y que nos acabó robando el tiempo y hastiando. Por si alguien va, atención a que no le coma la oreja el tipo que lleva el Camping Asimex. Habla español y sus cortinas kitsch son despanzurrantes, pero todo lo demás son inconvenientes.
Salimos a la mañana siguiente a recorrer el mercado y con intención de ver el célebre cementerio de barcos. El tiempo, estupendo, y malo sería que lloviera: en lo que va de año sólo ha habido tres días de lluvia en Nuadibú. Aquel día hubo 28,5 ºC de máxima. Las calles bullían llenas de gente y las tiendas de productos. Los precios están a nivel europeo, ya que aquí casi todo es de importación: el desierto es apasionante, pero estéril. Así que los mauritanos comen especialmente pescado, que es lo poco que abunda. Nuadibú es buena para la langosta: vimos un par de españoles –de los pocos guiris que estábamos- con poca pinta de aprovechadetes que parecían dedicarse a la exportación de marisco. Existe mucha relación entre Nuadibú y España (especialmente con la cercana Canarias). España tiene incluso un consulado en Nuadibú, feo y destartalado: lo hemos propuesto, por cierto, como el consulado español más cutre del mundo. Si alguien tiene otros candidatos podemos organizar un campeonato, pero va a ser difícil superarlo.
FOTO: Cementerio de barcos en las afueras de Nuadibú. Si eres una naviera con pocos escrúpulos es más barato varar aquí un barco que llevarlo a desguazar. Y la policía está ocupadísima haciendo controles de carretera. La gente se lleva todo lo aprovechable hasta que queda un esqueleto oxidado: hay cientos a lo largo de toda la costa, que se pueden ver muy bien en Google Earth.El día anterior habíamos contratado un viaje en todo-terreno a través del Banc d’Arguin hasta llegar a Nouakchott, haciendo noche en el camino. El Banc d’Arguin es un enorme parque natural (es patrimonio de la UNESCO) que consiste en dunas y arena que el alisio arrastra hasta el mar, generando una zona de interacción continente/océano singular, en la que el mar está parcialmente colmatado de arena y tiene poca profundidad incluso a muchos kilómetros del continente. Es una zona deshabitada, muy bella y en la que abundan las aves y la pesca. Pero todo esto que escribo sale de la bibliografía, porque gracias a nuestro guía no vimos prácticamente nada.
Nuestro guía nos llevó a dormir a una jaima (tienda de campaña grande tradicional) situada a la orilla del mar, cerca del Cabo Tafarit. Vimos atardecer en el mar, el dueño de la jaima pescó y nos cocinó y disfrutamos de aquel sitio estupendo. De noche intentamos acechar animales. El objetivo era un fenec de los que por lo visto abundaban. Pero no hubo suerte, no vino al reclamo de los restos de pescado que colocamos y nos tuvimos que conformar con acosar a un pobre ratón y con que docenas de escarabajos acudieran a nuestras luces.
Al día siguiente, por la imbecilidad de nuestro guía, no cruzamos el Banc d’Arguin como estaba previsto y salimos en seguida a la carretera que nos conduciría a Nouakchott. Esta carretera no ha existido hasta 2005 y antes de ella para viajar entre Nouakchott y Nuadibú había que recorrer la playa en bajamar cruzando todo el Banc d’Arguin: esa era precisamente la ruta que queríamos hacer y de la que nos privó.
Recorríamos Mauritania hacia el sur y daba la sensación de que la parte más dura del Sahara iba quedando atrás. Empezaba a aparecer alguna acacia en mitad de la planicie reseca y empezaba a haber más cabras que camellos. También apretaba el calor: 35,0 ºC hubo ese día en Nouakchott. No está mal para ser 1 de Noviembre. Este año han llegado a marcar 45,3 ºC, pese a que Agosto es la única época lluviosa. Ese clima es de pesadilla.
Nouakchott ha resultado ser una ciudad desolada y una capital atípica. Uno se espera un centro, por mínimo que sea, medianamente occidental... con unas pocas calles con comercios occidentales, varios hoteles con algunas comodidades, aunque todo ello sea rodeado de pobreza y de grandes suburbios, claro. Pero en Nouakchott ni siquiera existe ese centro. El centro de la ciudad sigue siendo una especie de campamento venido a más: es sólo el cruce de dos calles un poco más anchas que las demás. Todo lo preside el Hotel Mercure, el único edificio de ocho plantas de todo el país. El rango de capitalidad sólo se nota que hay muchas calles pavimentadas y que ya suma un millón ochocientos mil habitantes que se apelotonan en el bidonville que ha crecido (de forma notablemente ordenada, eso sí) en los alrededores de la ciudad.
FOTO: Mercado de ganado en la parte sur de NouakchottSólo el centro de Nouakchott tiene agua y electricidad (al parecer hay una central de gasoil de 28 Mw para toda la ciudad). En la ciudad abundan los pozos, y se puede ver burros cargados con bidones que la reparten y venden. La ciudad fue creada de la nada por los franceses en la década de los 50 y en ella han ido asentándose las miles de personas que en los 70 y 80 huyeron de las sequías que acabaron con su frágil forma de vida nómada.
FOTO: Pozos de agua dentro de la ciudad de Nouakchott. Ni disponían de bomba manual: el agua se sacaba con cuerda y caldero.La ciudad da una sensación muy triste. Carece de monumentos, salvo tal vez la Mezquita Saudí, que tiene dos altos minaretes y preside el centro. El tráfico es desastroso y los mercados me parecieron bastante anodinos. Además el islam (el nombre oficial de Mauritania es República Islámica de Mauritania y toda su legislación y costumbres son de inspiración islámica) es a Nouakchott lo que el cristianismo a un pueblo de Castilla: la gente no parece alegre ni sociable sino adusta, rigurosa, introvertida. (Por cierto que existe un museo nacional que no debe estar nada mal pero finalmente no pudimos visitarlo).
Pese a todo me ha parecido que Nouakchott es parada obligada. Es importante para ver con ojos propios qué demonios está pasando en África con el crecimiento de las ciudades. Personas que no tienen nada que hacer llegan por miríadas a un sitio en el que no hay nada que hacer para vivir una vida entre basura que, pese a todo, debe ser mejor que la vida rural que abandonan. No hay industria, no hay servicios, no hay empleo. Y la gran paradoja de estos sitios llenos de gente que no tiene nada que hacer es que precisamente son sitios en los que todo está por hacer. Alrededor de esto es especialmente interesante lo que cuenta al respecto Kapuscinski en su libro Ébano, cuya lectura es muy recomendable, acerca los “bayaye” de Lagos, de su actitud, de su falta de futuro, de sus vidas de asco.
Bueno, ya habíamos llegado a Nouakchott y nuestro viaje avanzaba firme hacia Dakar. Era momento de hacer una disgresión, de divagar un poco y dejar de viajar hacia el sur, y adentrarnos un poco en el Sahara de verdad. No en el Sahara de la costa moderado por las brisas, no. Sin medias tintas: al interior, a la sed. Así que alquilamos dos pick-ups con conductor, compramos saladitos como aperitivo (absurdo pero real) y nos volvimos hacia el noreste, en dirección a Atar, la capital de la región desértica de Adrar.
Capítulo III. Los turistas del desierto y el camino de SenegalDespués de no pensar en más que en ganar grados de latitud hacia el sur se agradece dar un paseo que no lleve a ningún sitio. La ruta que teníamos prevista es de las más corrientes que se hacen en Mauritania: Nouakchott-Atar-Chingetti-Ouadane-Guelb er Richat-Nouakchott. Es turístico porque es muy bonito y desde que el país tiene cierta estabilidad política es una ruta muy transitada. Incluso hay agencias francesas que fletan vuelos exprés llenos de turistas que aterrizan en un aeropuerto de la zona, hacen un tour de cuatro o cinco días y se vuelven sin haber visto más del país. Para ellos Mauritania es muy mona, lo que estará bien, pero no es muy exacto.
Salimos camino al noroeste, por la única carretera posible, bien pavimentada por cierto, atravesando planicies gigantes de arena blanca muy fina. El día era ventoso y llegaba a levantarse una tenue tormenta de polvo que informaba del infierno que debe ser vivir en esos lugares: se ven jaimas y cabañas dispersas, hay población. Además de molestarnos el viento y el polvo, el calor apretaba. Atravesábamos la nada y salvábamos sucesivos controles militares. En uno de ellos coincidimos con otra pick-up con guiris que llevaba nuestra ruta. Hugo se baja del coche, alucina, se acerca a uno de los guiris, le abraza y dice “qué pasa, Josele”. El colmo de la casualidad podría ser encontrarse a un vecino de Alcoy en mitad de Mauritania.
FOTO: La única ciudad que se atraviesa en la ruta al norte es Akjoujt, que es la capital de la región de Inchiri. Ésta es la calle principal. Puedo asegurar que entre el equipaje del coche de la foto hay una cabra viva (y balando) embalada entre colchones y otros bultosMauritania no tiene grandes montañas (la altura máxima del país no llega a los 1.000 metros), pero existe una pequeña cordillera que cruza el país de noroeste a sureste y que es importante porque determina la creación de una importante franja con oasis en mitad del desierto. Nos acercábamos a ella y se veía que el relieve se alzaba bruscamente en paredes de gran pendiente (que parecían muy erosionadas por el agua). Abandonamos la carretera y entramos en un camino que nos conduciría al oasis de Terjit. El oasis aparecía súbito, como un tortazo, verde sobre el fondo marrón. En él pasamos la tarde. Nos bañamos y paseamos entre las palmeras, perezosos. Llegó una excursión de gente muy gritona (y confirmando el tópico, resultaron ser españoles).
FOTO: En Terjit un servidor de Vds., de pie, mirando los pechos de Cristina que, indiferente, abraza a Alfredo. Detrás, en la hendidura entre las montañas estériles y erosionadas una surgencia de agua crea un gran palmeral, una poza, un río que fluye, campos de cultivo, un pueblo de cabañas y, hoy en día, un establecimiento turístico sencillo, a base de jaimas.Desde Terjit nos dirigimos a Atar, que es la capital de la región de Adrar. Es una ciudad fea, sin demasiado interés, pero con un importante mercado. En él acabamos metidos, mareados por los comerciantes que enseñan sus productos y nos persiguen esgrimiéndolos, mientras huimos, acosados. Algunos del grupo (y los hay casi tan viajeros como Richard Burton) decían que nunca habían estado tan asediados por los vendedores. Al agobio contribuían los 38 ºC de ese día de otoño. En cualquier caso, no pudimos evitar la reflexión (que aunque manida y muy oída probablemente real) de que por donde hemos pasado con frecuencia los occidentales de viaje o de turismo hemos corrompido la forma de vida. Y así que lo que era un bullicioso mercado del día a día se transformaba con la llegada de occidentales en la caza y captura del comprador de orfebrería, telas o cualquier quincalla, promocionándose los vendedores de forma agresiva, obscena, en plan Telefónica.
Los niños de Atar (atarenses, atarinos, ¿atados?) llevaban todos –parecía obligatorio- unas cartulinas con típicos dibujos de niños: mamá, una casa, el sol, una vaca. Por la parte de atrás estaba escrito el nombre del niño, su teléfono (creo) y su edad. Vendían sus cartulinas por la voluntad, sin demasiado éxito. Uno de los niños, más vivo, me dijo que hacía colección de monedas de euro y me enseñó su colección: monedas de 10, 20 y 50 céntimos; me pidió alguna que no tuviera. Piqué y le di una moneda de euro. Luego pensé en que soy un poco primo.
FOTO: ¡Hay gente por aquí que vive como en tiempos bíblicos!Aprovechamos la tarde para visitar Fort Saganne, una fortaleza en ruinas construida por los franceses (en un sitio que no nos pareció demasiado estratégico, pero bueno) y las pinturas rupestres de un par de asentamientos de la zona. Hay dibujadas jirafas y otros animales, lo que ahora parece extraño, pero que es congruente con la fauna y vegetación que debió de existir aquí durante las glaciaciones.
La siguiente parada, donde dormimos, fue Chinguetti. Chinguetti es una ciudad oasis poco resguardada que está siendo comida por las dunas... pero como lleva en esa situación desde que se fundó en el siglo XIII ya están acostumbrados. De hecho una parte de la ciudad está abandonada y la ciudad más antigua, sepultada en el desierto. Recalamos en un hotel extraño con almenas, que sólo daba electricidad a ratos y en cuyas habitaciones-horno nos hubiéramos podido cocer como botijos. Preferimos dormir en la terraza, dando de comer a los abundantes mosquitos nuestras carnes turgentes empapadas en Relec.
Visitamos la ciudad y una de las antiguas bibliotecas, ya casi sin libros. Un hombre barbudo nos explicaba que Chinguetti es la séptima ciudad santa del Islam. No se sabe cuál es la cuarta, quinta ni sexta, para lo que se postulan docenas de ciudades en competición. Lo que sí es verdad inmanente es que la séptima es Chinguetti. Por si alguien pensaba que sólo el cristianismo es absurdo.
FOTO: Típica foto de Chingetti. La foto no es mía, como bien intuís por su buena calidad, certeros críticos de fotografía. Está sacada de Internet. Mi cámara empezó por entonces a dar problemas. Hay arena en su mecanismo y cuando gira el objetivo hace crrr crrr.
Visitado Chingetti tomamos el camino viejo a Ouadane. Y entre lo bueno del camino viejo figura su ridícula condición de que no es un camino en absoluto: se va entre dunas, siguiendo las rodadas de otros vehículos, si las hay. Nuestro chofer, al que en España no le quedarían ya demasiados puntos, resultó ser un consumado y alocado conductor sobre arena.
Aprecio mucho un libro titulado
Ébano, de Ryszard Kapuscinski, un periodista polaco que murió hace apenas unos meses. Por su profesión –era el corresponsal polaco de prensa para todo África- vivió mucho tiempo en diversos lugares del continente. Uno de los relatos del libro trascurre precisamente en los alrededores de Ouadane, probablemente cerca de la zona que recorríamos. Cuenta el miedo a morir de sed que pasó cuando el camión en el que viajaba se estropeó... y se dio cuenta de que el chofer sabía tanto de motores como de cohetes. Aunque eso pasó hace unos cuarenta años y ha perdido ya toda vigencia. Ahora antes se moriría en esta zona atropellado por un todo-terreno que de sed.
FOTO: El camino entre Chingetti y Oudane está lleno de dunas. No obstante sólo un 10% del Sahara o así son dunas. El resto es hammada o pedregales. Así que estas típicas fotos souvenir del desierto subido en una duna tienen el regustillo del montaje buscado. ¡Pero qué gozada!Ouadane fue una gran ciudad que quedó abandonada hace siglos debido a una plaga de termitas. Tuvo gran importancia comercial en su día y ahora es un villorrio que vive en gran parte del turismo. La AECI (Agencia Española de Cooperación) ha sido la promotora de un proyecto con el que se ha organizado, señalizado y creado un sistema de visitas de pago. Nos pareció que el proyecto había funcionado razonablemente bien. Hubimos de ir a una casa-taquilla (de pinta algo sospechosa en todo caso), comprar unos tickets y hacer una visita guiada y comentada.
FOTO: Ouadane, una ruina en mitad del desierto. Es Patrimonio de la UNESCO. Está en un alto y las vistas son notables
Llevábamos en mente visitar Guelb er Richat (“El Richard” le dicen), que parece visto desde un satélite el ombligo del mundo. Cerca de Ouadane existe esta formación con aspecto de cráter, cuyo origen parecen ser fenómenos volcánicos asociados a periodos de erosión. Su diámetro es de unos 45 kilómetros. La parte mala es que si bien desde arriba es espectacular, desde abajo no se aprecia toda la formación y uno no llega a sentirse la pelusa del ombligo. Lo quitamos de la agenda para no andar con prisas y poder disfrutar del desierto sin agenda. Pongo una foto, sacada de Internet.
FOTO: Guelb er Richat visto desde un satélite. En los mapas de Mauritania llama mucho la atención. Supongo que en otros climas hubiera acabado siendo un gran lago.La última noche del desierto decidimos pasarla al raso. Anocheciendo, detuvimos los coches, extendimos unas lonas (joya de chóferes que llevábamos), sacamos los sacos y nos tumbamos a dormir. Circulan dos mitos sobre los desiertos que merecen revisión. El primero dice que las estrellas aparecen muy brillantes y por miles. El segundo que por la noche hiela o hace mucho frío. La realidad dice por una lado que el aire del desierto está especialmente turbio (mucho polvo en suspensión) y las estrellas se ven peor que en otras zonas no iluminadas (la montaña española, por ejemplo); y por el otro, que las temperaturas normalmente no bajan tanto, y las noches son más bien calurosas (las mínimas en Atar en verano rondan los 25/30 ºC y en invierno los 15/20ºC; con mínima más baja de 11,7 ºC en este año 2007).
FOTO: Amanece el día 5 de Noviembre, cerca de Ouadane.En el viaje de vuelta a Nouakchtt –había que seguir rumbo al sur, ya tocaba- tuvimos el enésimo incidente con la automoción. Si bien nuestro chofer era un gran conductor de dunas, no por eso dejaba de ser un bruto que circulaba a 100 km/h por pistas de zahorra en mal estado. Así que después de tener un problema en el diferencial y hacer que funcionara con un improbable arreglo a base de cuerdas tensadas, acabó partiendo el eje unos kilómetros después.
Hacinados –ya teníamos las articulaciones hechas por la costumbre- en la pick-up que nos quedaba volvimos a Nouakchott en unas seis horas de viaje, llegando ya de noche. El otro conductor, más resignado que animoso, cargó un eje de repuesto y se volvió al lugar de la avería, otras seis horas, para hacer la reparación. Y otras seis de vuelta. No suena a muy eficiente. Y lo poco que apreciamos en Occidente a nuestras aseguradoras...
A la mañana siguiente buscamos quien nos llevara hacia el sur, a Rosso, a orillas del río Senegal. En el mismo hotel encontramos una furgoneta ruinosa que nos podría llevar a la estación de taxis del sur, que se encuentra a varios kilómetros del centro de la ciudad. Atravesamos el mercado de pescado y los vertederos y suburbios del sur de Nouakchott, que parecen campamentos de refugiados tras el paso de un ciclón y de una lluvia milagrosa de parabólicas. Llegamos a la estación de taxis. Por comodidad, por no bajarnos en aquel entorno que parecía tan poco paseable, decidimos que ya que nos había llevado hasta allá bien podría llevarnos hasta Rosso. Pactamos el precio con aquel hombrecillo monodiente. Y así, tras tres horas a cincuenta kilómetros por hora (avanzar con aquel motor achacoso sería ilegal en casi cualquier país del mundo), atravesando una tormenta de polvo, y tras tres paradas para a echarle agua al motor (no sólo en la refrigeración ¡también se la echaba por encima!) conseguimos llegar a Rosso.
Es habitual, sobre todo en novelas o revistas y entre occidentales, describir África u otras zonas tropicales, tercermundistas, con palabras muy hinchadas: “en estado puro”, “exuberante”, “precioso”, “auténtico”... Pero sospecho que es todo mentira, una patraña, cosas que se dicen. El auténtico tercer mundo viene a ser un amasijo de chabolas hechas de residuos industriales (aquí un somier, aquí una chapa) puestas en un descampado lleno de bolsas de plástico dispersadas por el viento. Así sería la realidad de un observador imparcial porque así es casi todo, salvo lo que se ha adecentado mínimamente para los visitantes. Y es que estamos ya en el siglo XXI y lo auténtico en esta época y este sitio es una chabola con parabólica. El trópico es un desastre.
Lo verdaderamente notable, es que esa locura, ese caos, ese asco, pese a él y gracias a él, ejerza una tan fuerte fascinación. Porque vamos y nos acaba gustando.
Rosso es una ciudad fronteriza (o sea, algo chunga) que está dividida en dos por el río Senegal (que es el único río continuo de Mauritania). La parte norte es mauritana y la sur senegalesa. Entre ambas orillas circula un trasbordador. Por lo visto está previsto construir un puente, pero no vimos en la zona una actividad frenética al respecto
Rosso. Gente con carros llenos de mercancía, liantes, buscavidas, mendigos, ninguna información de qué hacer, una cola de gente formando montón ante unas puertas -¿las del trasbordador?- Allí estábamos los seis, con cara de pazguatos, pensando en de qué va esto. La puerta abre una rendija y sale un militar malencarado. Un buscavidas se acerca en plan gestor. El militar nos pide los pasaportes y 2.000 ougiyas (unos seis euros) por cabeza. Sabíamos que hay que pagar un impuesto de 1.000 ougiyas para salir del país. Nos imaginamos que el recargo sería un soborno para lubricar los engranajes oxidados de la burocracia mauritana. El hombre echa a andar con nuestros pasaportes. Le seguimos como a mamá pato mientras avanza por calles extrañas y pensamos que ya nos la han metido doblada. Giramos una bocacalle y anda, es la entrada de peatones al ferry. Los carteles indicadores no abundan en Mauritania. El militar desaparece, se queda el chungo con nosotros. Ya estamos en el recinto. Se ve bien ancho el río Senegal, marrón, pero lleno de vida, con piraguas atracadas, multitudes en las dos orillas y sí, un trasbordador que va llenándose de coches, camiones y gente con carros de mano. Aparece el milico, trae nuestros pasaportes. Y sí, tienen el sello de salida. Nos montamos en el trasbordador que está a punto de salir. ¡Nos vamos a Senegal! Y sí, el chungo viene con nosotros, no se aparta el cabrón. Fronteras terrestres: qué chungas sois.
FOTO: El río Senegal desde el lado Mauritano
FOTO: Hugo, el chungo y Alfredo posan ante el Río Senegal. Lo del fondo es ya Senegal.Cuando uno viaja a África supongo que piensa que puede morir a manos de una guerrilla, en un robo, comido por las hormigas, por las fiebres palúdicas. No sé. Muertes con algo de gracia.
Pero me parece que cualquiera de esas muertes es improbable. La habitual parece ser que es un accidente de carretera.
Conducen muy mal, torpe, imprudentemente, vehículos muy viejos por carreteras en estado pesadillesco. Y lo peor no es que te lleve un loco, lo cual ya suena mal, sino que ese que ves venir de frente en una tartana abollada está igual de loco o más que el que te lleva a ti.
No he encontrado estadísticas, pero pese al pequeño parque automovilístico de Mauritania y Senegal, Pere Navarro, aquí, no daría abasto.
En Senegal, entre Saint Louis y Dakar vimos el resultado de un accidente frontal entre dos taxis: había un fiambre y algunos heridos. Bueno, el muerto era un burro que se cruzó en la carretera, pero muerto estaba, a fin de cuentas.
Y prometo que tuvimos, en varias ocasiones, miedo de verdad: un autobús que hizo la serpiente en Marruecos, carreteras que se ha llevado un río en Atar y ya no hay tiempo de frenar porque circulábamos como en rally, adelantamientos kamikazes en Saint Louis. Y sólo ver la muy transitada carretera entre Thies y Dakar ya daba escalofríos...
Pero bueno, volvimos.