Gúdar y Memorias de Adriano Fatigado de asentir por teléfono con los ojos en blanco, oteando el techo. Cansado de clientes que imponen plazos irrazonables para fecha de entrega y fecha de pago, estirando cada uno de ellos sorprendentemente, aunque en direcciones opuestas. Hastiado de oír a bancos que lo quieren todo más un cinco por ciento. Ahíto de los semejantes. Consciente de que no entro en el número de los incombustibles. Exhausto, en suma, de las servidumbres de esta vida esforzada que tenemos, me tomé la libertad de mandar durante unos días a todos a la mismísima puta mierda y de pisar el acelerador, poniendo kilómetros de meseta como colchón y dejando un mensaje en el contestador del teléfono por fin acallado. Necesitaba descansar.
A menudo recuerdo con una sonrisa a Coque Malla en
Todo es mentira, cansado de sus amigos, de Madrid y de los porteros de discoteca amenazando con colgarlo todo e irse a Cuenca, para él paradigma de lo lejano y tranquilo. Yo, inspirado por la misma idea pero con diferentes fetiches, escogí la Sierra de Gúdar, al oriente de Teruel.
Llegué a Valdelinares (Teruel) yo solo una noche de últimos de Septiembre decidido a descansar, pasearme y leer, entre otros libros,
Memorias de Adriano, de Marguerite Yourcenar, traducido por Julio Cortázar.
Valdelinares pasa por ser, y lo es, el pueblo más alto de España. Está situado a 1693 metros entre las más altas cumbres del Ibérico Turolense, en una ladera pedregosa y soleada orientada hacia el sur y que culmina en el Pico Hornillos (2002 metros). Sus calles son pendientes, su arquitectura serrana y humilde y su población escasa (123 habitantes en 2007). Pero es un pueblo hoy pujante por el turismo valenciano de invierno y verano, además de mantener aún cierta ganadería tradicional. En Casa Vicenta se me recibió con la austeridad que esperaba de una tierra tan áspera, fría y castigada. Lo que quería.
FOTOS: Valdelinares visto desde el sur y visto desde un pasaje
-
Adriano, uno de los últimos grandes emperadores romanos, al parecer dejó al morir una autobiografía que no ha llegado a nuestros días, aunque existen cientos de relatos históricos que hablan de su vida y obra como persona y como político. Un emperador magnánimo a veces y otras mezquino, acertado a menudo y siempre brillante. Con estos mimbres Yourcenar reconstruye la imaginaria carta a su primo, discípulo y posible sucesor, Marco, de un Adriano viejo y yaciente:
mis piernas hinchadas ya no me sostienen durante las largas ceremonias romanas; me sofoco; y tengo sesenta años. En ella desnuda su vida y aventura sus conclusiones de las razones y de las fuerzas que nos rigen. Una reflexión acerca del buen gobierno, en lo público y en lo personal que, de alguna forma, Yourcenar pinta como el legado del emperador.
En muchos aspectos los tiempos de Adriano son nuestros mismos tiempos. Vivió y rigió en el apogeo de un imperio (siglo II) y de una filosofía vital que entraría en decadencia consumida por sus propia ceguera. Él veía su apogeo e intuía la decadencia como hoy, y nos pesa, vemos nuestro apogeo como civilización e intuimos nuestra cercana e irremediable caída. En esencia, un paréntesis de orden y abundancia en un mar de caos y escasez.
En Roma, durante las interminables comidas oficiales, se me ocurrió pensar en los orígenes relativamente recientes de nuestro lujo, en este pueblo de granjeros parsimoniosos y soldados frugales, alimentados a ajo y a cebada, repentinamente precipitados por la conquista en las cocinas asiáticas y hartándose de alimentos complicados con torpeza de campesinos hambrientos.
-
De Gúdar una de las cosas que más me llamaron la atención fue la irrelevancia de la altura en la vida tradicional, en cierta forma y salvando distancias, como me sorprendió en el altiplano andino. Estoy acostumbrado a una zona, la mía, en la que la vida a más de 1200 ó 1300 metros es poco viable, así que me llamó la atención la altura de los pueblos de Gúdar, la altura de los puertos de montaña, de los caminos y, sobre todo, la altura de las masadas. Las masadas o sencillamente “mas”, son caseríos de población tradicional que se encuentran dispersos por toda la sierra. En ellos vivía una familia con su ganado de manera estable y muy autónoma. Algunas de las masadas que he visto están situadas a 1900 metros o más de altura, casi en las mismas cumbres redondeadas.
Las masadas entraron en decadencia final después de la Guerra Civil pues con la intensa actividad del maquis en la zona (muy reseñable Gúdar como tierras de resistentes, tanto al franquismo como al isabelismo de las guerras carlistas decimonónicas) muchas masadas fueron desalojadas para evitar el avituallamiento a los guerrilleros antifranquistas. A eso se unió en los cincuenta el comienzo de la migración hacia Levante que ha desangrado estas tierras hasta hoy.
FOTOS: Dos de las muchas masadas que me encontré por Gúdar
-
Adriano fue un hombre heterodoxo, alejado en muchos sentidos de su tiempo, mucho más griego que romano en gustos y actitudes, que pese a todo supo medrar en su sociedad, ansioso de poder por puro instinto.
Un príncipe carece en esto de la latitud que se ofrece al filósofo; no puede permitirse diferir en demasiadas cosas a la vez, y bien saben los dioses que mis diferencias eran ya demasiadas, aunque me jactase de que muchas permanecían invisibles.
Percibiendo que el tamaño de Roma era desmesurado y que sus cimientos inestables, pese a la oposición de la alta sociedad y del Senado, que deseaban la conquista de Persia, pues estaban acostumbrados a las relucientes pero superficiales victorias de su antecesor Trajano en Dacia (hoy Rumania), que tantas riquezas y esclavos proporcionaban, Adriano supo replegar sus ejércitos, fortificar las fronteras y pacificar el Imperio, lo que sin duda le dio a Roma un siglo más de vida y alargó el periodo dorado.
No incurría en la ingenuidad de creer que de nosotros dependería siempre evitar las guerras, pero sólo aceptaba las defensivas; concebía un ejército preparado para mantener el orden en las fronteras, rectificadas si fuese necesario, pero seguras. Todo nuevo desarrollo del vasto organismo imperial se me antojaba una excrecencia maligna, un cáncer o el edema de una hidropesía que terminaría matándonos.
-
Caminando desde Valdelinares, subí el redondeado pico Hornillos (2002 metros), el segundo más alto de Gúdar. Está rodeado por un páramo a 1900 metros que corta el aliento (FOTO ABAJO). Un paisaje desolado que en invierno debe de estar azotado por terribles vientos helados y que, pese a todo, no dejaba de tener sus masadas abandonadas. Grandes rebaños de oveja pastaban en la zona y el día estaba soleado y amigable.
Llegué arriba sin demasiado esfuerzo, comido de moscas, y divisé al oeste el amplio Maestrazgo Turolense y hacia levante el perfil hipnótico (menudo descubrimiento para mí) de Penyagolosa (1815m), que me pareció un auténtico tótem regional. No dejaría de encontrármela allá donde fuera, y he sacado la conclusión de que tengo que subir allá arriba lo antes posible.
FOTO ARRIBA: Vista desde Hornillo (2002 metros) con el Maestrazgo Turolense al fondo). FOTO ABAJO: Penyagolosa al fondo, sobre Puertomingalvo (Teruel, cerca del límite con Castellón)
Si bien la zona, caliza, karstificada, presenta unas cumbres muy redondeadas, abundan los cortados y los roquedos por todas partes, a menudo salteados de pinares (mucho me ha recordado en ese sentido a la serranía de Cuenca), a veces pelados de pura erosión (FOTOS ABAJO). Por entre esas rocas pasta la cabra montés (
Capra pyrenaica). Una noche de luna creciente, volviendo a Valdelinares se me cruzó una en la carretera, tras trepar milagrosamente a un roquedo junto a la cuneta, me observó luego durante unos segundos con suficiencia de escaladora.
-
El anciano Adriano en el ocaso de su vida que nos dibuja Yourcenar es un hombre cabal, capaz de reflexiones que cualquiera haríamos nuestras en los momentos en que miramos nuestra vida con cierta hondura:
El paisaje de mis días parece estar compuesto, como las regiones montañosas, de materiales diversos amontonados sin orden alguno. Veo allí mi naturaleza, ya compleja, formada por partes iguales de instinto y de cultura. Aquí y allá afloran los granitos de lo inevitable: por doquier, los desmoronamientos del azar. Trato de recorrer nuevamente mi vida en busca de su plan, seguir una vena de plomo o de oro, o el fluir de un río subterráneo, pero este plan ficticio no es más que una ilusión óptica del recuerdo. De tiempo en tiempo, en un encuentro, un presagio, una serie definida de sucesos, me parece reconocer una fatalidad; pero demasiados caminos no llevan a ninguna parte, y demasiadas sumas no se adicionan. En esta diversidad y este desorden, percibo la presencia de una persona, pero su forma está casi siempre configurada por la presión de las circunstancias; sus rasgos se confunden como una imagen reflejada en el agua. No soy de los que afirman que sus acciones no se les parecen. Muy al contrario, pues ellas son mi única medida, el único medio de grabarme en la memoria de los hombres y aun en la mía propia; quizá sea la imposibilidad de seguir expresándose y modificándose por la acción lo que constituye la diferencia entre un muerto y un ser viviente. Pero entre yo y los actos que me constituyen existe un hiato indefinible. La prueba está en que sin cesar siento la necesidad de pensarlos, explicarlos, justificarlos ante mí mismo. Ciertos trabajos que duraron poco son despreciables, pero otras ocupaciones que abarcaron toda mi vida no me parecen más significativas. En el momento de escribir esto, por ejemplo, no me parece esencial haber sido emperador. [...]
De pronto mi vida me parece trivial, no sólo indigna de ser escrita, sino aun de ser contemplada con cierto detalle, y tan poco importante, hasta para mis propios ojos, como la del primero que pasa. De pronto me parece única, y por eso mismo sin valor, inútil —por irreductible a la experiencia del común de los hombres. Nada me explica: mis vicios y mis virtudes no bastan; mi felicidad vale algo más, pero a intervalos, sin continuidad, y sobre todo sin causa aceptable. Pero el espíritu humano siente repugnancia a aceptarse de las manos del azar, a no ser más que el producto pasajero de posibilidades que no están presididas por ningún dios, y sobre todo por él mismo. Una parte de cada vida, y aun de cada vida insignificante, transcurre en buscar las razones de ser, los puntos de partida, las fuentes. Mi impotencia para descubrirlos me llevó a veces a las explicaciones mágicas, a buscar en los delirios de lo oculto lo que el sentido común no alcanzaba a darme. Cuando los cálculos complicados resultan falsos, cuando los mismos filósofos no tienen ya nada que decirnos, es excusable volverse hacia el parloteo fortuito de las aves, o hacia el lejano contrapeso de los astros.
-