Cito un artículo de Gregorio Parrilla Barrera; que es investigador del Instituto Español de Oceonografía. Me ha parecido interesante porque va en la misma línea que la de Erik Quiroga, pero este es español. Perdonado por la extensión del artículo pero me parecía interesante
Agua dulce. Bastaría la adición de suficiente agua dulce, aportada por los ríos o por fusión de hielos, para que la salinidad en las capas superficiales noratlánticas disminuyera hasta el grado de que se creara una capa de agua somera que a pesar de la pérdida de calor no alcanzara la suficiente densidad para hundirse. Esto pararía la “cinta”. De hecho, así ha ocurrido en más de una ocasión. Hace unos 13.000 años, después de la última gran glaciación, empezó un periodo de calentamiento, se descongelaron los hielos, disminuyó la salinidad de las aguas superficiales por un exceso de aporte de aguas dulces y la “cinta” se paró. La temperatura media en el Atlántico norte bajó 5ºC, los iceberg llegaban a Portugal. Duró unos 1.300 años y acabó abruptamente. En una década la temperatura de las aguas alcanzaron los niveles previos. Algo similar ocurrió hace unos 8.000 años. Duró alrededor de un siglo, un abrir y cerrar de ojos en la escala geológica pero una catástrofe durante unas generaciones humanas.
No podemos ignorar o minimizar la probabilidad de que se pueda producir un cambio tan abrupto en el clima que impidiera adaptarnos a él. La economía y las sociedades se pueden adaptar más fácilmente, como es obvio, a un cambio gradual, pero estos planes serían totalmente inadecuados ante un rápido cambio. Debemos aumentar la probabilidad de detectarlo con la suficiente antelación.
Un primer paso ha de ser el de establecer un sistema de observación del océano equivalente al meteorológico que se compagine con una intensificación en la confección de modelos de predicción. No es tarea fácil pues el océano es un medio hostil que requiere unos medios más caros y robustos que los de la atmósfera, y algunas de las técnicas necesarias para el éxito de tal sistema están todavía en su infancia. Pero, hoy día, sabiendo que el clima puede cambiar rápidamente y que tal proceso está ligado al comportamiento del océano no podemos permitirnos no estar preparados para tal contingencia en la que la humanidad se puede jugar su supervivencia o, al menos, empeorar enormemente nuestras condiciones de vida actuales.
Gregorio PARRILLA BARRERA