Copio un artículo que acabo de leer sobre nuevos informes acerca del cambio climático y declaraciones "fundamentalistas" de la ministra de medio ambiente, Cristina Narbona. Esto, cada día parece más una mala película de serie B.
Ahí va:
Año 2080: España, el desierto
La gran amenaza del desbarajuste climático
El aire se vuelve irrespirable. Los ríos se secan. Las cosechas merman. El mar se calienta. Los hielos se funden más deprisa. Sube el nivel de los océanos. Aparecen nuevas enfermedades. El número de alergias se dispara. Los inviernos son más cálidos. Aumentan los casos de hipertermia. Las ranas desaparecen. La flora y la fauna experimentan cambios sorprendentes. Las playas se extinguen. La primavera se anticipa. El otoño se retrasa. La sequía devora los campos... No son exageraciones, nuestro país es el primero que está acusando las consecuencias del cambio climático.
Por Paco Rego. El mundo
El escenario lo pinta un estudio reciente de la Agencia Europea de Medio Ambiente (AEMA), que pronostica para 2080 una situación alarmante en el sur de Europa, especialmente en España, con olas de calor cada vez más intensas y frecuentes, inundaciones, tormentas y otras condiciones meteorológicas extremas.
“Nos preocupa que se haya llegado a este punto. Hay que parar esto cuanto antes. Estamos contaminando muy por encima de lo deseable”, reconoce a Magazine la ministra de Medio Ambiente, Cristina Narbona.
Cosas que normalmente suceden en cientos o miles de años, ocurrirán en el transcurso de una vida humana. El informe Impacts of climate change in Europe, en el que se prevé que la Península Ibérica será la más afectada por los impactos del cambio climático, describe un futuro que ojalá no se cumpla.
Los inviernos fríos, de los que sólo se registra uno cada 10 años desde 1960, serán cada vez menos frecuentes y desaparecerán casi por completo en el año 2080. Y es que Europa, y sobre todo España, se calienta más rápidamente que la media mundial. La temperatura se ha elevado 0,95 grados en los últimos ii0 años, y para este siglo se prevé un incremento adicional de entre 2 y 6,3 grados.
El desbarajuste climático amenaza con traer infecciones exóticas, alterar los hábitos de las personas y hasta su forma de vestir. El norte de la Península podría volverse tropical, salpicado de palmeras, mientras en el sur habrá un clima desértico. Estos son algunos de los pronósticos más inquietantes.
Enfermedades
La aparición incontrolada de nuevas infecciones, propias de países subdesarrollados, como el dengue, la encefalitis vírica o el paludismo, que son las que más preocupan a los médicos, engrosan la lista de amenazas que el cambio climático nos reserva para el futuro.
También la tuberculosis, las enfermedades respiratorias y las alergias: se estima que el 70% de la población española, sobre todo menores de edad, padecerá algún tipo de reacción alérgica. Las imprevisibles olas de calor, como la sufrida en el verano de 2003, que produjo más de 6.000 muertos en España (20.000 defunciones en el resto de Europa) a causa de hipertermia o del llamado estrés térmico, es a juicio de los expertos un avance “realista” de los efectos que el calentamiento de la atmósfera tendrá sobre nuestra salud en las siguientes décadas.
Si hoy los casos de malaria –450 se registraron el año pasado, según la Unidad de Medicina Tropical del Hospital Ramón y Cajal de Madrid– se deben a turistas españoles que han importado la enfermedad desde países tropicales y subtropicales, a mediados de este siglo la cifra podría multiplicarse al menos por 20. La subida de los termómetros y el aumento de la humedad que vaticinan los meteorólogos de la Agencia Europea de Medio Ambiente favorecerían la llegada a la Península Ibérica de poblaciones de insectos nunca antes vistos como, por ejemplo, el mosquito anopheles, el transmisor de la malaria, o de parásitos altamente contagiosos como la garrapata de la fiebre botonosa.
El impacto migratorio de especies exóticas empieza ya a ser evidente en algunas zonas. En Puerto Sagunto, ciudad industrial a 25 kilómetros de Valencia, los servicios médicos de urgencia se han visto sorprendidos este verano por una avalancha de pacientes que se quejaban de fuertes dolores musculares, inflamación cutánea y náuseas. En un sólo día tuvieron que ser atendidas cerca de 200 personas. Su malestar se debía a las picaduras de un mosquito tropical de origen africano, de un tamaño bastante mayor al de los que habitualmente revolotean por las casas, que ya ha encontrado cobijo en jardines de pueblos y ciudades del Levante español.
Ríos
Los periodos de sequía que se avecinan y la falta de agua se convertirán en crónicos en buena parte de la Península Ibérica. Sus efectos son ya evidentes. El río Duero ha perdido el 23% de su caudal; el Ebro, un 5%, y el Júcar y el Segura, de los que igualmente dependen miles de agricultores y hogares, se estima quedarán reducidos a la mitad en 2080. De acuerdo con algunas extrapolaciones del estudio, para ese año el río Guadalquivir podría haber perdido más del 60% de su cauce en algunos tramos.
El escenario que dibujan los autores del informe europeo, en el que advierten que el ritmo de los cambios climáticos en curso supera “muy probablemente” toda variación natural del clima ocurrida durante el último milenio e incluso antes, alerta también de que las lluvias irán a menos, bajando un i% por década (en el sur de Europa las precipitaciones han disminuido un 20%).
Esto afectaría más a los ríos de la vertiente mediterránea, donde la evaporación por las altas temperaturas se prevé mayor, con pérdidas de caudal que podrían alcanzar el 50% (los cauces que aún quedan tampoco gozan, lo que se dice, de buena salud: el 33% de ellos, admite el propio Ministerio de Medio Ambiente español, presentan una calidad inaceptable de sus aguas).
Se teme que las consecuencias ambientales, sociales y económicas sean dramáticas. Las pérdidas causadas por la sequía y la falta de agua se han duplicado con creces en los últimos 20 años, hasta alcanzar, en el conjunto de la Unión Europea, unos ii.000 millones de euros anuales.
Cultivos
Emilio, un joven agricultor orensano de 35 años, que de sol a sol se afana en sacarle partido a una huerta, no necesita sofisticados programas de ordenador ni predicciones matemáticas a largo plazo para saber que su mundo, por pequeño que sea, está cambiando lo mismo que a escala global. “Lo estoy viendo todos los días”, se lamenta. “Esta tierra siempre ha sido muy fértil, pero desde hace unos años se reseca mucho más deprisa que antes, hay que regarla y abonarla más a menudo, y las plantas crecen sin fuerza. Las cosechas se pierden porque no aguantan tantos meses de calor como hay ahora”.
Emilio, que ahora piensa en montar un invernadero para sus hortalizas, no anda equivocado. Mientras en el norte de Europa, donde el ambiente es con frecuencia más frío, los campos podrían beneficiarse de un aumento limitado de las temperaturas, en el sur, especialmente en Portugal y España –donde los efectos del cambio climático se dejarán notar con mayor intensidad– los cultivos se verán seriamente mermados por la escasez de agua y por las condiciones meteorológicas extremas (erosión, tormentas, inundaciones...).
Los síntomas, por desgracia, ya han empezado a aflorar. El periodo anual de crecimiento de las plantas, incluidas las de uso agrícola, se alargó una media de i0 días entre i962 y i995, y se calcula que vaya a más. Incluso los biólogos han detectado lo que algunos llaman caos reproductivo, lo que significa que determinadas especies despuntan mucho antes de lo habitual. Es el caso del trigo, y del tomate, que actualmente se adelanta i9 días respecto a su ciclo biológico normal... y de las hojas del manzano y del peral, que brotan un mes antes.
Malas noticias para las playas
Para seguir con precisión la pista a la erosión que está comiendo nuestras costas, los científicos utilizan mapas de realidad virtual y datos climáticos de cientos de miles de años –obtenidos en cuevas, arrecifes y restos de polen–, a los que suman los efectos de una dosis masiva de gases invernadero. Sus hallazgos son malas noticias, sobre todo para las más de i.800 playas que hay repartidas como las cuentas de un collar por las franjas mediterránea y atlántica.
Dicen los geólogos que el mar ha ido creciendo con respecto a la tierra durante al menos i00 años, y la mayoría está de acuerdo en que la erosión se va a acelerar al fundirse los grandes bloques de hielo por el calentamiento global, aumentando aún más los niveles de océanos y mares. “Ya no es un secreto lo que está ocurriendo”, afirma la profesora Jacqueline McGlade, directora ejecutiva de la Agencia Europea de Medio Ambiente. “Tenemos numerosas pruebas de que los costes económicos, incluso de vidas humanas, y la pérdida de entornos naturales será notable en el sur del continente”. Las temperaturas pueden llegar a ser tan altas que enfríen los ánimos de los turistas.
La interpretación del informe de la agencia no deja dudas. Y es que con el calor en alza, el mar también sube. Si el nivel de las aguas que bañan el litoral español crece según calculan los modelos climáticos actuales (en el último siglo ha subido a razón de entre cuatro y i0 centímetros por década, y se estima que este ritmo sea de entre dos y cuatro veces mayor durante el presente siglo), el paisaje será, a mediados de esta centuria, bastante distinto al que hoy conocemos. Torremolinos, Castellón, La Palma, Marbella... Cada vez más ayuntamientos, dependientes del turismo se verán abocados a adoptar una solución sencilla, pero cara: volver a rellenar las playas de arena.
Otras comunidades y centros de recreo buscarán refugio detrás de diques de contención o de malecones. Aunque, dicen los geólogos, nada puede parar la inexorable marcha del mar hacia el interior de las islas (en el Pacífico han desaparecido ya más de 30 engullidas por la mayor altura de las aguas).
El físico Stephen Leatherman, un experto mundial en erosión que durante años dirigió el Laboratorio para la Investigación Costera de la Universidad de Maryland (Estados Unidos), no tiene tan claro que la pérdida de las playas en favor del mar pueda solucionarse bombeando arena. “Las playas”, explica, “son como los icebergs, sólo está por encima del agua el i0% de su parte activa”. Las del Levante, como las que se extienden desde Cádiz a Tarifa, corren un peligro real de inundarse.
La tierra tiene lepra
A día de hoy, cerca del 40% del territorio potencialmente fértil está muerto. Y de aquí a 60 años, si los pronósticos no cambian, algo más de la mitad del suelo que pisamos sufrirá lo que los científicos llaman la “lepra de la tierra” o desertificación (falta de los nutrientes necesarios para el crecimiento y desarrollo de los vegetales). Los cereales, el maíz y los pastos serán las principales víctimas de la falta de agua y de la anorexia de los campos.
En particular, los del área mediterránea (Murcia, Alicante, Castellón, Valencia...), lo que obligará a los agricultores y ganaderos a echar mano de plantas modificadas en laboratorio para soportar largos periodos de sequía. En el interior, Aragón, las dos Castillas y Andalucía, además de las islas Canarias. Será el triunfo definitivo de la ingeniería genética aplicada a la alimentación.
Remedios futuristas
A medida que científicos y ecólogos exigen costosas y dolorosas medidas para reconducir el clima (uso de energías renovables, menos producción de gases tóxicos..., lo que obligaría a una profunda reconversión de la industria), algunos visionarios sueñan con medidas más directas, aunque parezcan fantásticas.
Piensan, como el doctor Thomas Stix, físico de la Universidad estadounidense de Princeton, en cañones con láseres que destruyan los dañinos productos químicos, satélites que envían energía limpia a la Tierra, microorganismos que devoran agentes contaminantes, y aviones que inyectan los compuestos químicos necesarios que han sido eliminados de la atmósfera.
El objetivo principal es anular en la medida de lo posible los gases causantes del temido efecto invernadero, responsable del progresivo (y de momento, imparable) calentamiento del planeta. Otro es detener el agrandamiento del agujero de la capa de ozono, por el que se cuelan los rayos ultravioleta del Sol, alterando la vida de las plantas y provocando dramáticas enfermedades, como el cáncer, sobre la piel de las personas.
La búsqueda de remedios futuristas para estos problemas comenzaron en los años 70 y se han acelerado en la última década del siglo XX. Una de las propuestas más imaginativas, lanzada por el doctor Stix, consiste en instalar encima de montañas grandes máquinas de rayos láser y desde ahí bombardear las nubes de productos químicos que se encuentran suspendidas en el aire. Él lo llama “proceso atmosférico”.
El blanco elegido serían los CFC, que se usan en la industria del frío y en la fabricación de armas. Una vez liberados, suben hasta la estratosfera, donde destruyen la capa de ozono. De llevarse a cabo tan apabullante idea, los resultados serían impredecibles. Los cálculos de Stix –muy criticado por la mayoría de sus colegas–, hablan de que una formación de láseres alrededor del mundo podría descomponer cantidades de hasta un millón de toneladas de CFC al año, equivalente al flujo anual que la industria libera a la atmósfera.
Un remedio menos exótico para combatir la destrucción del ozono sería simplemente reemplazarlo. La idea partió del químico Leon Sadler, de la Universidad de Alabama, quien propuso en i992 utilizar flotas de aviones para liberar ozono en la atmósfera.
Otras propuestas igualmente drásticas incluyen cubrir gran parte de los océanos con placas de styrofoam, que reflejaría la luz solar hacia el espacio en lugar de al mar, y pintar de blanco los tejados de todas las casas. Los críticos, sin embargo, opinan que las iniciativas encaminadas a contrarrestar el daño climático están mal enfocadas.
Arthur D. Little, Inc., una consultora de Cambridge (Massachusetts), especializada en ingeniería, ha puesto la mirada en el espacio. Una flota de satélites, iluminados por el Sol las 24 horas, transformarían la luz del astro en energía eléctrica, que a su vez sería enviada a la Tierra en forma de microondas o de rayos láser, y luego transformada de nuevo en electricidad. La idea, lanzada en la década de los 70, ha despertado un renovado interés debido a sus repercusiones medioambientales.
Pero, a fin de cuentas, ¿no sería más fácil no contaminar?